Eso de que la realidad supera la ficción ya es obvio, es por ello que a los guionistas de Hollywood, solo les basta hurgar en periódicos antiguos y sacar historias que estremecerían hasta al más recio fan de películas de terror. Así tropecé, con este Pogo, mientras buscaba reseñas de algunas películas de horror para un artículo, pero que ante su escalofriante historia me tuve que detener para contárselas. Y, que quede claro, que esto no es apología a la figura del asesino en serie, sino más bien un: “Atentos, que muchas veces no sabemos quién se esconde tras una falsa sonrisa”.

John Wayne Gacy, nació en Chicago, Illinois un 17 de marzo de 1942 y creció en un ambiente familiar lleno de abusos por parte de un padre alcohólico, quien lo golpeaba e insultaba continuamente de ‘marica’, ‘gordo’, ‘estúpido’ e ‘hijito de mamá’. El descuido de sus padres hacia su crianza y su falta de protección, fueron aprovechados por un ‘amigo de la familia’ quien lo violó a los 9 años. Si hasta aquí la historia te parece fuerte, reflexiona cuán importante es la función de la familia en el desarrollo de una persona, pues es algo que se repite en asesinos seriales.

Ya a los 26 años, estaba casado, con dos hijos – y homosexualmente reprimido -, intentó abusar de un jovencito al que maniató. Todavía inexperto en esto de los asesinatos, el jovencito se escapó, lo denunció a la policía y el ‘bueno’ de Wayne fue a parar con sus huesos en la cárcel. Lo condenaron a 10 años de prisión, pero al igual que en su vida pública, Gacy fue un recluso modelo y consiguió que a los 18 meses de estar en prisión lo dejaran en libertad.

Tras salir de prisión volvió a sus quehaceres, se reintegró, levantó un negocio próspero que daba trabajo a los jovencitos del barrio. Daba fiestas en su jardín multitudinarias a las que acudían las almas más piadosas de los alrededores, gente de las asociaciones en las que Gacy trabajaba, como la Defensa Civil de Chicago o los Jaycees – una especie de cámara de comercio para la juventud -, y si todo esto es poco, se enfundaba su disfraz de Pogo, el payaso, y acudía en sus ratos libres a entretener a los niños de los hospitales y orfanatos cercanos. Un buen disfraz sin duda. ¿Quién iba a pensar que tras aquel payaso se escondía un violador, asesino y maníaco en potencia?

En 1977, tras una serie de desapariciones, David Daniel, declaró a la policía que Gacy le ofreció llevarlo a la estación de buses, pero que tras no aceptar la invitación, este le insistió hasta 7 veces, incluso ofreciéndole marihuana. No obstante nadie sospechó del carismático payaso Pogo a pesar de sus antecedentes, hasta que llegó el caso de la desaparición de Robert Piest, un joven de 15 años quien fue visto por última vez camino a una entrevista de trabajo con Gacy.

Cuando la policía allanó la casa de Gacy, se quedaron atónitos al comprobar el cementerio que tenía montado en su casa, y la carnicería atroz que había en el interior de la misma. Cuerpos descompuestos, esqueletos, partes de cuerpos sin poder identificar, víctimas con mutilaciones varias, y las paredes de la casa empapeladas con fotografías de sus víctimas. El 22 de diciembre de 1978, Gacy, confesó haber matado a 33 individuos e indicó la ubicación de 28 de los cuerpos a la policía. Estaban enterrados en su propiedad. Las otras 5 víctimas, dijo, las había arrojado al cercano río Des Plaines, aunque en realidad se sospechaba que el número de víctimas era mayor.

Pogo, el payaso asesino o John Wayne Gacey fue condenado a 21 cadenas perpetuas y 12 penas de muerte, siendo ejecutado por inyección letal el 9 de mayo de 1994, sin el más mínimo asomo de arrepentimiento sobre sus asesinatos. Sus últimas palabras fueron: “Bésenme el trasero, ¡nunca sabrán donde están los otros!”. En 1998, mientras se realizaban reparaciones en el estacionamiento trasero de la casa de la madre de Gacy, las autoridades encontraron restos de, al menos, cuatro personas más.