La última vez que lo vi, fue manipulando su cajita – ese instrumento musical que colgaba de su cuello y del cual hacía brotar ritmo y sabor -, bailaba, coreaba, dirigía, gozaba y contagiaba al público la música que brotaba, hasta del mismo suelo, de aquel escenario que albergaba una edición más del Festival Internacional del Cajón Peruano.

Él, un hombre de casi dos metros que se encorvaba levemente, como para sentirse más cerca del epicentro de ese terremoto que provocaba un endemoniado festejo, sonreía y se divertía, y entre ojos humedecidos – por la emoción – miraba cómo todos los presentes nos uníamos al baile, cómo todo era una fiesta, cómo su esfuerzo tenía frutos año tras año, cómo un hombre puede hacer tanto, cómo su sonrisa podía contener tantos dientes.

Pude cruzar algunas palabras con él, un año antes, en la edición anterior del mismo festival, y tras la gran convocatoria, le pregunté si se sentía satisfecho con todo lo que se venía logrando, y esperando una sonrisa de orgullo, pecho inflado y unos ojos de farol desde lo alto, recibí un largo silencio, un gesto reflexivo y una mirada hacia el horizonte. “Falta mucho por hacer, falta más apoyo. Esto tiene para más, al comienzo la convocatoria era humilde, ahora mira, cómo llenamos la Plaza de Armas, ¿te imaginas lo que sería si hubieran más manos impulsando esto?”, respondió.

Ahora que se va de gira al cielo por una muy larga temporada, y como él nunca se durmió en sus laureles, su obra seguirá brindando frutos, porque un artista como él no pasa en vano por la Tierra, deja semilla, deja escuela, deja ejemplo. Ya no lo veremos un Lunes de Jazz en La Noche de Barranco con su AfroPerú, pero lo sentiremos; ya no habrá una cajíta sobre su largo cuello, pero la oiremos; ya no gritará en el Gran Estelar o en el Auditorio de la Feria del Hogar, pero su eco no dejará de retumbar.

Vaya con los grandes don Rafael Santa Cruz, vaya que el conjunto musical celestial lo necesita, llévese el cajón, la quijada de burro, el cencerro y la cajita, y no se olvide de venir a visitarnos, cada vez que la música afroperuana haga lo suyo, en cualquier jarana bendita. Hasta la vista maestro.