Cuando nació lo abandonaron en un convento. A los dos años, sufrió un accidente que casi lo mata. Ahora Franck Ribéry es uno de los futbolistas más importantes y cotizados del mundo.

Dicen que las personas más bellas son las que han conocido el sufrimiento y han sabido salir adelante a pesar de las adversidades, por eso es que Ribéry nos atrae tanto, porque a pesar de haber tenido una vida bastante difícil es ahora uno de los hombres más importantes del fútbol.

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Le decían Quasimodo. Su respuesta era el silencio y el llanto a solas en algún rincón en el que nadie lo podía mirar. Franck Ribery ya tenía más de cien puntos cosidos en su cara y en su historia.

Un accidente automovilístico lo había puesto en la cornisa de la muerte a los dos años. Antes, cuando nació, sus padres biológicos lo habían abandonado en el convento de las monjas que lo cobijaron. Nadie, salvo él, conocía su destreza ni su virtud: jugaba a la pelota mejor que todos y tenía una tenacidad que no le cabía en el cuerpo. Aprendió de los dolores y de los desplantes. Su vida se hizo una lucha, una búsqueda entre tropiezos.

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Su cara cuenta las durezas que atravesó. Él lo sabe. Y por eso jamás quiso hacerse ninguna de esas operaciones que pretendían ocultar las huellas. Suele decir que esas marcas forjaron su personalidad. A su apodo inevitable lo trajo el destino: el año de su nacimiento, 1983, se estrenó Scarface, el film dirigido por Brian De Palma y protagonizado por Al Pacino.

“De pequeño se burlaban de mí y me escondía a llorar en un rincón. Pero eso me ha ayudado en la vida”, declaró alguna vez Ribery. En el convento vivió algunos años de su infancia, aunque más tarde fue echado por revoltoso. Cuentan que se escapaba del lugar con el objetivo de irse a jugar fútbol con sus amigos. Solo, en la calle, sin nadie a quien recurrir, tuvo que sobrevivir trabajando como albañil, uno de los primeros empleos que tuvo en su vida.

Y ahora, el mundo del fútbol lo conoce también por ese nombre nacido de sus cicatrices. En la niñez era un monstruo despreciado; ahora, crack del Bayern Munich que arrasa, es un monstruo imparable para cada defensa entera que frente a él se para.

Dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, y Wahiba Belhami ha sido el impulso en la vida de Ribéry.

“Sin ella, el futuro de Franck Ribéry se habría escrito con otras letras. La carrera deportiva del turbulento futbolista francés hubiera tomado, seguramente, otros derroteros. Y hasta hubiera podido llegar a descarrilar.”

Wahiba, su mujer, no sólo es su primera y más fiel seguidora. También el necesario pilar del jugador”. Se conocen desde los días complicados de la adolescencia, en Boulogne. Por amor, él se convirtió a la religión musulmana y hasta cambió de nombre: para el Islam él es Bilal Yusuf Mohammed. Por amor, ella le perdonó una infidelidad que se transformó en escándalo y hasta eje de un libro que cuenta la vida privada del futbolista (La cara oculta de Franck Ribery, de los periodistas Matthieu Suc y Gilles Verdez). Por amor, se reconstruyeron a sí mismos.

Ribéry es de esos hombres que han sabido luchar por lo que quieren sin flaquear, que luchan por lo que quieren y sí, tiene defectos como cualquiera, pero eso lo hace mucho más humano.