Aunque sus tiras no se publican desde 1973, continúa siendo una figura reconocida a nivel internacional, con seguidores por todo el planeta.
Mafalda cumple 50 años, y el mundo al que con tanto esmero ha intentado curar hoy gira, para decirlo de forma más o menos gentil, directamente para atrás. Mafalda es denuncia y reflexión. Pero en su esencia, entendida como su identidad frente a la experiencia, se disponen estratégica, virtuosamente, una serie de contextos secundarios que terminan de definirla para hacerla emblemática para los millones de fanáticos que tiene en todo el mundo.
Filósofa ilustre
Quino decía, modesto, que las ideas le llegaban de pronto, como regaladas. Al mismo tiempo creaba, por ejemplo, una viñeta en la que un hombre desesperado le imploraba a su médico: “Por terrible que sea quiero saber la verdad, doctor, ¿es ser humano una enfermedad incurable?”. El filólogo español José Manuel Hinojosa Torres sostiene que esa pregunta, sin ningún tipo de respuesta, es la que determina todo el recorrido en la carrera del dibujante: “Su forma de ver el mundo en ningún momento es inocente. Tiene una mirada ácida, corrosiva, propia de alguien que ha contemplado al ser humano en toda su amplitud y ha decidido que éste carece por completo del más absoluto de los sentidos”.
Una metáfora de los 60
En los contundentes, definitorios, años 60, Mafalda aún no tenía aparato de TV. A Susanita la increpaba: “¿Soy un bicho raro por no tener TV?”. Eran tiempos de Beatles, guerra, armas nucleares, racismo, comunismo, ideales y feminismo. Sus planteos y dilemas eran propios de toda la generación que atravesaba esa década agitada, pero que todavía permitía la esperanza. Quino manifestaba la incertidumbre de esos días que prometían cambiar la Historia apelando a metáforas, alegorías y estereotipos. Así como la sopa fue símbolo del abuso de los poderosos, Susanita representaba el deseo casi vulgar por lo extremo de conseguir marido para ser madre de muchos hijitos, y Manolito era la versión vernácula del capitalismo que se venía.
Retrato de la clase media
“La familia es la base de la sociedad”, lee Miguelito. Entonces se pregunta, compungido: “¿La de quién? La mía no tiene la culpa de nada”. La clase media es el terreno natural de la tira. Pero en ese microcosmos social de barrio porteño en los 60 cada personaje estaba diferenciado por su ideología y vicisitud generacional. Mafalda era la abanderada de una clase media argentina que se había creído lo que le habían prometido y exigía que le cumplieran las promesas. Su padre, empleado de una compañía de seguros, y su madre, un ama de casa colapsada, nadaban en la resignación. Es la niña la que tira al aire, como granadas para esos papás sin respuestas, sus deseos de que las cosas vayan mejor.
El feminismo
“Si debía inventar un personaje, debía tener rasgos muy reconocibles, como esa mata de pelo. A medida que la publicaba fui conociéndola”, contó Quino sobre las horas de creación de Mafalda. En ese punto primario tal vez ignoraba a dónde llegaría la agudeza de la pequeñita. Como cuando le pregunta a Raquel, luego de pasearse por la pila de ropa que ésta tiene para lavar y planchar: “Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?”.
Mafalda nació en tiempos en que Betty Friedan ponía en debate la situación de la mujer a través de su Mística de la feminidad, libro publicado en 1963 y premio Pulitzer un año después. Pero en su cosmos de San Telmo compartía techo con una madre que abandonó la facultad para dedicarse a la familia, y vereda con Susanita, la chismosa obsesionada con una prole descomunal.
Según los ojos de una niña
“Se trata más de meter el bisturí que de hacer cosquillas”, sostuvo siempre Quino para reforzar el carácter incisivo de la tira y alejarla de la simple carcajada. Aunque la leen los más pequeños y la protagonista es una nena, las niñitas de primaria no andan, como ella, desquiciando a sus padres con dudas existenciales. Apenas nacida para publicitar electrodomésticos, al dibujante se le antojaba como una chiquitina caprichosa. Cuando empezó a publicarse con más regularidad tuvo que aprender a escucharla. Umberto Eco la definió como “una heroína iracunda que rechaza el mundo tal cual es, reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por los padres”.