Solías ser buena viendo lo bueno incluso en las peores situaciones. Cuando eras más joven, recibiste ese discurso de Penny Lane en ‘”Casi Famosos” como si hubiera sido un tesoro.

Tus ojos tan brillantes y grandes y felices como los de ella: “Si nunca te lo tomas en serio nunca sales herida, si nunca sales herida siempre te diviertes y si a veces te sientes sola sólo tienes que ir a la tienda de música y visitar a tus amigos.”

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Esta lógica parecía tener sentido, la lógica de la felicidad que uno mismo creaba. Pensaste que siempre intentarías ser honesta y divertida, entretenida y carismática. Decidiste ser una amiga, alguien a quien las chicas, o cualquier persona, pudiesen acudir cuando tuviesen problemas.

¿Pero tú? Nunca quisiste ser la chica con problemas. Lidiarías con tus problemas tú sola, pensabas. Nunca te lo tomarías demasiado en serio, nunca dejarías que tus problemas interfirieran con tu habilidad de pasarla bien.

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Las cosas en casa no estaban tan bien así que nunca pasabas tiempo allí. Te sentías orgullosa de la forma en la que podías manejar tu tristeza buscando siempre la felicidad de forma agresiva: cada vez que te sentías triste ibas a la casa de una amiga o al cine o escuchabas tu CD favorito o salías a caminar o ibas a cualquier lugar. Nunca te quedabas quieta, sentada en casa pensando en cómo te sentías “¿Para qué haría eso?” Quedarse en casa significaba estar triste. Quedarse quieta significaba rendirse. Salir significaba sentirse mejor.

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En el colegio “salir” sólo significaba salir de la casa. En la universidad y cuando eras veinteañera “salir” significaba una de las siguientes opciones: hacer exactamente lo que querías o hacer lo que se esperaba que hicieras.

Para aquellas personas que siempre buscan complacer a los demás, una “chica que nunca se lo toma en serio”, la diferencia entre lo que quieres y lo que se espera de ti se vuelve confusa. Los deseos y las necesidades se mezclan, las expectativas y la realidad se vuelven una sola. Necesitas dormir. Quieres divertirte. Quieres dormir. Necesitas salir y olvidarte de estas cosas. Lo necesitas, lo quieres, sales, ves a tus amigas, la pasas bien, sigues con tu vida.

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Te entristeces. Te ves triste, las personas te preguntan por qué estás tan triste. Les sigues diciendo lo mismo. Quieres dejar de hablar pero no puedes. Puedes dejar de hablar si es que vas al baño, te encierras en un cubículo y te pones a llorar. Pones ese pedazo de metal en su lugar, la puerta está cerrada. Lloras. Piensas en la persona que eras cuando eras una adolescente: cuando ibas a las casas de tus amigas y escuchabas los problemas de los demás, cuando eras la chica divertida. Nunca hubieses dejado la fiesta para irte a llorar al baño. ¿Quién demonios eres? Sientes que has cambiado para peor.

Sientes que solías ser alguien con quien los demás podían contar para reír y sonreír, alguien que podía manejar sus problemas sin molestar a los demás, alguien que hacía lo que quería. Pero aquí hay una horrible verdad. Nunca fuiste alguien que hacía lo que quería. Sólo hacías lo que pensabas que tenías que hacer para que los demás fueran felices, estar siempre sonriendo y ser amistosa y llevarte bien con todos. Nunca tener enemigos, nunca involucrarte en problemas. Nunca demostrar los problemas que hayas tenido en público.

Lo que realmente siempre quisiste era quedarte en casa, lidiar con los problemas que tenías y lograr tener una solución que te hiciese sentir feliz. Lo que querías era ser esa persona que es feliz, no a pesar de sus problemas, sino que con sus problemas incluidos porque al lidiar con ellos te haces más fuerte. Querías decirle la verdad a alguien y que te aceptaran y te dijeran que no era tu culpa, o que si lo era pero que estaba bien porque nuestros errores no nos definen.

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Necesitas saber esto: eres la suma de todo lo que haces y dices, de esas cosas que te hacen pensar en ti y del tiempo que pasas realizando tus actividades. No eres la suma de: tus éxitos, tus errores, las noches que pasas afuera o en casa, la gente a la que le gustas, la gente a la que no les gustas o cualquier cosa que pueda ser medida.

La única medición real de tu felicidad es como te sientes: ¿Cómo puedes ser feliz si constantemente evitas conectarte contigo misma? Si pasas todo tu tiempo lidiando con los problemas de los demás, esos problemas te consumirán. Le pertenecerás a los demás.

Si dedicas tu tiempo a preocuparte de cómo te sientes, tomando tus emociones en serio, lidiando con ellas, usándolas para lograr lo que quieres, comprendiendo la razón de su existencia y que no son algo que necesita ser ocultado; entonces te pertenecerás a ti misma.

Si te tomas todo en serio, no podrás divertirte jamás. Sin embargo, si siempre te tomas a ti misma en serio, tu propia felicidad, tu vida, tus metas, tu sentido, todo; entonces no necesitas ser la mejor a la hora de ver lo bueno incluso en lo malo, porque serás la mejor versión de ti misma y eso es más que suficiente. Eres todo.

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