Cuando tenía 19 años salí embarazada y esa experiencia cambió mi vida por completo. Ese cambio de ruta en mi vida, como podrán suponer, no fue planificado. Tener 19 años y un bebé en camino no es algo que esté en los planes de ninguna adolescente.

Cuando tenía 37 años salí embarazada de mi tercer hijo. Tampoco estaba planificado.

Igual que hace 20 años, la mayoría de mujeres no tenemos – como nuestra única meta de vida – casarnos, tener hijos, hornear galletas y ser felices de por vida.

Vivimos en una época llena de exigencias y muchas de esas presiones son impuestas por nosotras mismas. Consideramos que lo que hacemos equivale a lo que somos. Nuestros estudios y logros profesionales son los que “determinan nuestro valor” ante una sociedad que nos empuja a ser “mejores” cada día.

Entonces, ¿dónde queda el rol de ser madres en nuestras aspiraciones y deseo de ser mejores?

¿Cuántas veces sentimos que podríamos hacer mucho más cosas si postergamos el proyecto de ser mamás?

Sí, y sentirnos así es solamente humano, sin embargo nos genera un conflicto interno que nos llena de culpa y remordimientos.

No es socialmente aceptado confesar que- muchas veces- se nos hace pesado ser mamás y que en realidad hubiésemos deseado realizar un post grado, aceptar un trabajo de miles de horas o dormir a pata suelta sin tener que levantarnos porque un angelito está esperando su leche o que juegues con él/ ella o ellos.

Sé que hay muchas mujeres que piensan y sienten lo mismo que yo y no se atreverían a confesarlo o a gritarlo a voz en cuello.

- No, definitivamente no soy una mamá Johnsons, a veces he tenido ganas de ahorcar a mi hijo cuando no deja de llorar… por supuesto no puedo decirlo en público porque me mirarían como si fuera una madre desnaturalizada – me cuenta Sandra solidarizándose con mi frustración de madre nuevamente estrenada.

Por supuesto Sandra no es una madre desnaturalizada. Ama a sus dos hijos, los cuida y se dedica a ellos… pero, no por eso deja de admitir su agobio. Ese que no podemos dejar de sentir cuando nos avocamos a la tarea titánica de criar hijos, atender a nuestra pareja, lucir regias, continuar con nuestro crecimiento personal y/o profesional, cuidar la casa y sobre todo, y sobre todas las cosas, seguir siendo mamás 24 / 7.

No dejamos de ser mamás ni cuando estamos de viaje en escapada romántica. Otra vez nos visita la culpa, la nostalgia y el sentimiento ambivalente de querer estar tiradas en el Caribe, pero aguaitando por un huequito lo que están haciendo nuestros hijos.

- Otra vez vas a llamar a Lima???!!! – nos reprocha nuestra pareja, incapaz de entender que estamos felices pero que nuestra felicidad no está completa si no hacemos esa llamadita.

Hace 20 años que soy mamá y sigo agradecida por esa experiencia que cambió mi vida por completo. Sin embargo, tengo que admitir que muchas veces me he cuestionado como hubiese sido mi vida sin ese rol a tan temprana edad.

¿Más libre? ¿Menos predecible? ¿Con mucho más horas de sueño?

Haciendo una retrospectiva del tema no puedo dejar de sonreír, en complicidad conmigo misma, cuando introduzco el CD de Barney para que León, mi hijo de un año, disfrute de su Te quiero yo y tú a mi…

Hace 19 años hacía lo mismo para Alessa, pero con una cinta de VHS. El carismático dinosaurio sigue siendo un entretenimiento seguro para disfrutar en familia. Las cosas no han cambiado mucho, mis sentimientos tampoco.

Ser madre me sigue causando sentimientos contradictorios y me atrevo a confesarlo.

Adoro a mis hijos. Gracias a ellos soy una mucho mejor persona.

Aprendí en terapia, y es un consejo que deseo compartir con todas las mamás: no es la cantidad de tiempo, si no la calidad de tiempo, lo que es importante regalarle a nuestros hijos.

Estar con ellos sintiéndonos a gusto, es una tarea en la que debemos trabajar a diario.

Entiendo perfectamente a las mamás que tienen que trabajar y se mueren por estar más tiempo con sus hijos, pero también a las que se sienten un tanto frustradas por dejar un trabajo que les encanta para sólo dedicarse a ellos.

Debemos equilibrar nuestra vida y prioridades para sentirnos plenas y así brindarles lo mejor de nosotras a nuestros hijos.

Ser mejores personas nos asegura ser mejores madres.

Es fundamental que nuestros hijos nos admiren y para que esto suceda nos debemos sentir realizadas como mujeres. Cómodas con nosotras mismas, en armonía con nuestros sueños y necesidades. Sacudirnos de la frustración y el cargo de conciencia nos brindará una relación mucho más fructífera con nuestros hijos y nuestro entorno.

Marisol Quiroga Glave

https://solmania.wordpress.com/

TAGS RELACIONADOS