En febrero del 2010 cuarenta médicos lucharon durante más de 15 horas por la vida de Katy Hayes, a la que en la primera fase del embarazo le diagnosticaron fascitis necrotizante, infección que se extiende por el tejido celular subcutáneo produciendo un necrosis tisular.

Entonces los médicos advirtieron a la mujer que en caso de decidir tener al bebé, los procesos degenerativos en su cuerpo podrían llevar a consecuencias fatales.

Sin embargo, Katy se negó en rotundo a provocar el aborto, prefiriendo dar la vida al bebé que deseaba tanto. “Los estreptococos, que fueron hallados en Keith, se repartían por su cuerpo a la velocidad vertiginosa. Al elegir dar a luz, ella arriesgó su vida”, relató William Schaffner, uno de los especialistas que llevó el caso.

Dos días después del nacimiento de la pequeña Arielle, los médicos se vieron obligados a realizar a Katy una cirugía de emergencia, en el marco de la cual le tuvieron que amputar los dos brazos y, una semana después, las dos piernas e incluso le quitaron una parte de intestino y otros órganos a causa de una amplia proliferación de la infección.

“Por ahora no me puedo mover de forma independiente, pero no me arrepiento de nada. No logro ni siquiera imaginar que mi hija podría no haber nacido”, afirma la mujer.