Una de las preocupaciones más grandes en los padres, es la educación de los hijos. Desde temprana edad, se estimula al pequeño en diversas actividades con el fin de despertar sus sentidos; desde tarjetas con imágenes que despierten su interés, pequeñas clases para imitar el lenguaje que aprecia a través de audios o videos, se convierten en la clave de un constante aprendizaje que influenciará en su capacidad intelectual. El desarrollo didáctico llegará en la etapa escolar; pero, ¿Qué momentos los utilizamos para su diversión?

Investigadores de universidades en los Estados Unidos analizaron el aspecto recreativo como una actividad formativa del niño. El requisito indispensable para llegar al cometido, es que la actividad resultase divertida para el menor. Ha de ser una disposición placentera, pues el niño al interactuar con el juego mantiene un estado libre de tensión que pondrá todos sus sentidos en una tarea.

Debe suponer una implicación activa que le haga partícipe del juego. Lo que incluye en tan simples actividades como bailar frente al espejo, luchar contra un enemigo invisible, inventarse adivinanzas, etc.

Conviene que entrañe un componente de simulación de la realidad. Imaginar que arregla su coche, preparar alguna comida, adoptar la actitud de padre o madre con su juguete preferido; ayudándole a conocer por primera vez en el complicado mundo de los mayores.