Una cosa es que conozcas a una persona dramática y otra cosa es que de vez en cuando tengas periodos de drama y de tristeza dentro de tu relación de pareja.

La genética se ha encargado de hacernos responsables de cargar con la gestación que da continuidad de nuestra especie y tanta responsabilidad es estabilizada por una dosis de desorden hormonal de vez en cuando que nos saca de cualquier curva de sanidad y que justificamos con un increíble y molesto exceso de drama.

Todo es un rollo, y lo siento por los hombres que tienen que cargar con esa desconocida diarrea dramática que las mujeres tenemos porque para ellos puede venir de donde sea, como sea y cuando menos se lo esperan: mamá, hermana, amiga, prima, abuela, novia, esposa y por que no su adolescente hija. Y nunca podrán llegar a comprendernos.

Armamos una película con todo y además nos levantamos guionistas, asistente de luces y directora de teatro, porque no podemos hacer drama solas; tenemos que llamar a nuestro aquelarre de brujas que tejen el drama y ahora es toda una obra maestra.

Un claro y usual ejemplo es cuando vemos terminada una relación, solemos encerrarnos y llorar, además de imaginar historias en nuestra cabeza que jamás pasarán. No se va al problema de fondo, no pensamos en nosotras ni en solucionar las cosas.

Vemos películas de amor, series y novelas porque en el fondo nos gustaría que nuestra vida sea así, nos encantaría estar caminando y que de pronto llegue ese “príncipe azul” para armar toda una historia.

Si, nuestro exceso de drama (que a veces se nos sale de las manos) es una tragedia, porque hace que quede imposible de distinguir cuando en verdad es cuestión de sentimientos y cuando por el contrario es pura pataleta, porque con el tiempo lo único que logramos es que convirtamos cualquier expresión de sentimientos frustrados en un drama que ellos solo puede interpretar como un berrinche hormonal.