A la actriz Natalie Portman nadie le podrá reprochar falta de ambición en su debut como directora: adapta un relato autobiográfico del escritor Amos Oz que entrelaza la épica creación del Estado de Israel con su drama familiar.

La historia de la madre de Oz, interpretada por la propia Portman, es el relato de un desencanto con fatal desenlace que va en paralelo al difícil nacimiento de Israel como país independiente y como hogar para los judíos tras el Holocausto.

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Pese a sus grandes intenciones, “A tale of love and darkness” (“Un cuento de amor y oscuridad”) ha sido recibida con tibieza por los espectadores en el Festival de Cannes, que no llegan a conectar del todo con el potencial emotivo que encierra la historia.

El personaje de la madre, llamado Fania, fantasea desde su infancia en Europa Oriental con un joven pionero, intelectual y trabajador, que encarna sus esperanzas de una vida mejor en la Tierra Prometida.

Su declive físico y moral irá en paralelo al desmoronamiento de esa imagen idílica.

“El pionero de la película es la fantasía equivocada de Israel. Para mi, esos sueños con príncipes azules, con algo que debería ser de una forma y que no se cambia para que encaje con la realidad, pueden ser devastadores”, dice Portman en una entrevista con medios internacionales.

“¿Se entendió que era patriótica? Nunca se me pasó por la cabeza que lo fuera. Para mi es solo el contexto, no sabría cómo hacer esta película sin un punto de vista judío, ese es su contexto. Para mi todo se trata de las historias que contamos y cómo las enmarcamos en nuestras identidades”, reacciona incómoda.

“Aprendí hebreo de forma un poco extraña, porque técnicamente es mi primer idioma, pero en casa hablábamos en inglés. Como adulta lo redescubrí, y es mágico y poético. Es el mayor milagro lingüístico, porque de ser una lengua casi muerta, que solo se usaba para rezar, se convirtió en lo que habla la gente en la calle”, señala.

EFE