El Palacio Garnier, que alberga la Ópera parisina desde 1875, revela por primera vez en más de dos décadas el vestuario que ha permitido representar espectáculos como “El Lago de los Cisnes”, “La Traviata” o “Carmen”.

Neumeister, que ha supervisado la preparación de más de 70 espectáculos desde que llegara al puesto en 2005, se detiene en la minuciosidad con que trabajan esos “duendes” encargados de crear a mano y uno por uno los trajes de los personajes de cada nueva función, tarea que implica entre 80 y 160 horas por modelo.

En la exposición, se pueden ver desde trajes hechos con partituras musicales hasta vestidos de corte futurista, creados por ordenador y cuyas piezas han sido cortadas con láser; desde bellas prendas clásicas ricas en bordados, encaje y pedrería, hasta modelos inspirados en flores o en animales.

A partir de los años sesenta, los modistas de alta costura tomaron el relevo, y el pistoletazo de salida lo dio Yves Saint-Laurent, cuando el coreógrafo Roland Petit le pidió que diseñara el vestuario de “Notre-Dame de Paris” en 1965.

Posteriormente, vendría la firma de Christian Lacroix sobre los trajes de “Les Anges Ternis”, en 1987, o la de Kenzo en la versión de 1999 de “La flauta mágica”.

En total 150 diseños, entre maquetas, fotografías y documentos preciados, así como medio centenar de trajes componen la muestra que se despliega por los pasillos del Palacio.

La muestra se detiene en el siglo XX y en sus revoluciones estéticas, que han obligado a los talleres a adaptarse a nuevas modas, métodos y tecnologías, confrontando los vestidos de la danza y la ópera clásicas a la vanguardia de la moda diaria y a la propia alta costura. EFE