La jequesa, con su llamativa cintura de avispa bajo la que se oculta siempre un corsé de Jean Paul Gaultier, sus cinturones de piel de serpiente, sus piernas insinuadas bajo largas faldas y sus glamourosos turbantes representa “el poder”, a juicio de Centeno.

“Cuando ella aparece, eclipsa a todos los líderes y eso le interesa mucho a su marido como símbolo de poder”, explica Centeno, autora del ensayo “Política y Moda”, quien advierte que la Jequesa se cuida mucho de ir más recatada en Catar que en sus viajes internacionales.

“Angela Merkel abandonó el intento de feminizar su vestuario tras lucir un generoso escote y ser altamente criticada, con ese papel tan difícil, se decantó por el traje masculino, creado por hombres y para hombres, en vez de enfatizar su propia personalidad de mujer”, recalca Centeno sobre la canciller alemana.

Esta periodista distingue entre el vestuario de “mujer política”, “en el que lo más importante es su lenguaje verbal y las soluciones que pueda aportar para el país”, y la ropa de “primera dama”, que debe representar a su país con su propia imagen “y que raras veces toma la palabra”.

Como paradigma de “primera dama”, Centeno apuesta por la figura de Carla Bruni, que deslumbró a la reina de Inglaterra con su conjunto gris de la firma Dior, su sombrero “estilo Jackie”, bailarinas, guantes largos y bolso de asa y su “savoir faire”, durante su primer viaje a Londres (2008).

En una tercera vía se encuentra la figura de Michele Obama, una mujer universitaria, preparada y un icono de la moda, que también eclipsa con su imagen y que apuesta por lucir unos brazos musculados, algo que ha impactado a la sociedad americana, nada acostumbrada a esos alardes. EFE