Su imagen de enfant terrible, junto a su creatividad transgresora y maestría en el corte, le convirtieron en uno de los más grandes y polémicos diseñadores de la historia de la moda.

Su subida al poder fue un cuento de hadas por méritos propios; en 2003 fue condecorado por la reina Isabel II con el título de Comandante de la Orden del Imperio británico, que recibió de sus propias manos en el palacio de Buckingham.

Muchas artistas se declararon amantes de la marca y del diseñador. Modelos, cantantes y actrices se convirtieron en sus más fieles clientes y no se perdían un desfile del modisto inglés.