Pablo Bengoechea. Es uruguayo. Nació en Rivera (1965). Jugó en Peñarol, triunfó en el Sevilla FC y ganó una Copa América en 1995 en su casa. En Montevideo. La ganó en los penaltis al Brasil de Roberto Carlos y Dunga, con Héctor Núñez en el banquillo. Mañana se mide a sus paisanos.

Ahora Bengoechea es ayudante del profesor Sergio Markarián en el banquillo de Perú . Bengoechea va de perfil bajo. Nada de entrevistas personales. Lo suyo es el segundo plano. “El profesor habla y yo escucho”, apunta con sencillez Bengoechea.

No quiere altavoces Pablo Bengoechea. Lo suyo es el magisterio. Trabaja en silencio. Sin ruido. Pero los futbolistas peruanos saben de su talento. Y se fijan en él. En su toque, en su empeine, en sus golpes francos. Libres directos.

Lo confiesan abiertamente. Pablo Bengoechea les seduce. Recuerda Santiago Acasiete que Perú siempe apeló al fútbol con arte. Por eso le admiran. El toque fue siempre denominador común en el entorno peruano. Basta con recordar a Teófilo Cubillas, a Juan Carlos Oblitas, al Cholo Sotil. Todos ellos ganaron la Copa América de 1975 en Caracas.

Futbolistas de calidad. Como Carlos Lobatón y Juan Vargas, autores de dos hermosos goles ante Colombia en cuartos de final. Los dos, de ejecución perfecta.

Dice ‘el Loba’, como se conoce a Lobatón en el Sporting Cristal, que Pablo Bengoechea es “un maestro”. Reconoce haber aprendido mucho con él. “Le veo con detenimiento y le pone veneno en sus tiros libres. Me acuerdo de un gol suyo en el estadio Nacional. El efecto que les da es buenísimo. Yo aprendo de él. Uno tiene que aprovechar estas oportunidades. Cada día le observo y practico”, reconoce en su web. Si vuelve a marcar, Lobatón se irá a la cámara a dedicárselo a sus hijas Aliah y Vannia.

Luis Villarejo (EFE)