El partido comenzó como si no hubiera prisa. Con la convicción de los veintidós de que lo que ha de pasar, pasaría a su debido tiempo en este encuentro sin mañana en el Mundial para el perdedor.

Álvaro ‘Palito’ Pereira, con la encomienda clara de neutralizar a Juan Guillermo Cuadrado, le hizo sentir el peso de la ley de su bota en los dos primeros cruces.

En el callejón izquierdo de Uruguay se citaban con la seguridad de que solo uno saldría airoso.

Rostros crispados, Pereira abanicando sus botas como si fueran sables y Cuadrado, para quien el balón es como un capote, lo amasaba con una verónica aquí, una chicuelina allá, una gaonera por acá, pero el uruguayo, quizá ya marcado en su intención ‘non santa’, evitaba entrar al trapo.

Es que a la vista del árbitro holandés Bjorn Kuipers se deben conservar las formas. Y Cuadrado, si como penetrar, recibe la orden de Pekerman de mudarse a la orilla opuesta y allí lo recibieron de cualquier forma otro Pereira, Maximiliano, y Egidio Arévalo.

Y cuando parecía que todo estaba para unos minutos de siesta de los 73.804 asistentes al Maracaná, apareció ‘el Bendito’ Rodríguez.

El teatro de los sueños se montó en la mitad de la cancha. Cuadrado, que se había mudado a la izquierda, lanza en corto para Abel Aguilar, quien de inmediato cambia la trayectoria en busca de Jackson o Teo.