El jugador dueño de casa empleó tres horas y nueve minutos, para superar al serbio por 6-4, 7-5 y 6-4.

En la pista central del All England Club, con el primer ministro David Cameron puesto en pie al concluir el partido, Andy Murray conquistó su segundo trofeo de Grand Slam (ganó el último Abierto de Estados Unidos) y grabó su nombre como heredero del legendario Fred Perry, el último británico que había ganado Wimbledon, en 1936.

La final de hoy ponía a prueba una vez más el tradicional miedo escénico que acosa al segundo tenista del mundo ante su público, que le anima hasta la extenuación pero que, al mismo tiempo, añade sobre él una presión que en ocasiones no ha sabido manejar.

El escocés recibía en Londres, el que puede considerar su feudo, a un tenista en el cenit de su carrera, que luchaba por llevarse su sexto Grand Slam el segundo este año, después de Australia pero que llegaba al límite de sus fuerzas tras luchar casi cinco horas con el argentino Juan Martín del Potro en semifinales.

El primer punto del partido, bajo el intenso sol que caía al suroeste de Londres, fue toda una declaración de intenciones por parte de Murray, que ya no es aquel tenista inseguro que perdió tres semifinales consecutivas antes de clasificarse para su primera final de Wimbledon, hace un año (perdió ante el suizo Roger Federer).

Transformado, convertido en un ganador después de años en el papel de víctima, Murray aguantó con solidez los primeros intercambios con el serbio, que pasó más apuros de los previstos para defender su saque en el juego inaugural.

Novak Djokovic fallaba demasiados primeros servicios como para poner en aprietos a su rival al resto, y acabó el segundo parcial desquiciado tras ver cómo el británico le remontaba un 1-4 en contra.

En medio de la tormenta, ‘Nole’ se aferraba a cualquier detalle, y acabó abroncando al juez de silla por cantar una bola mala cuando ya había agotado sus opciones de reclamar el juicio del Ojo de Halcón, el sistema informático infalible que dicta al milímetro dónde ha botado la bola.

El escocés veía la gesta a poca distancia y quizás por eso se mostraba demasiado precavido. Tenía miedo de dirigir los tiros a la línea y apuntaba unos palmos más adentro, donde era más difícil fallar, pero también donde Djokovic tenía mayores opciones de devolverle los tiros.

El serbio, sin embargo, tampoco estaba fino y acumulaba casi 40 errores no forzados a las tres horas de partido, una estadística que dejaba a Murray paso libre para consagrarse definitivamente como uno de los mejores tenistas británicos de la historia.

EFE