La selección brasileña se matriculó para la final de la Copa Confederaciones gracias en parte al apoyo incondicional de su “torcida”, los aficionados que, envueltos en un clima de patriotismo, han llevado en volandas a su equipo y creado una presión extraordinaria en todos sus rivales.

Muchos teóricos del fútbol han estudiado el peso del llamado “jugador 12” y en el caso del autodenominado “país del fútbol”, los hinchas locales están haciendo gala de todo su poder de intimidación.

El uruguayo Diego Forlán sintió la presión de 57.000 gargantas gritando, pitando, abucheándole, cuando se dispuso a tirar un penalti en la semifinal contra Brasil, este miércoles, en el estadio Mineirão de Belo Horizonte, cuando el marcador reflejaba empate a cero.

En medio de un ruido ensordecedor, Forlán apretó los dientes, tiró y se estrelló contra el portero Julio César, fallando una ocasión clave que podría haber cambiado el rumbo de la semifinal.

El seleccionador brasileño, Luiz Felipe Scolari, recurrió a la “torcida” cuando su equipo estaba pasando más apuros, al comienzo de la segunda parte, después del gol de la igualada de Edinson Cavani, que llevó a crecerse a Uruguay e hizo pensar en una remontada.

Entonces Scolari dio entrada a Bernard, joven figura del Atlético Mineiro, uno de los dos equipos grandes de Belo Horizonte y la afición respondió como el técnico deseaba.

El Mineirao se inflamó e impulsó a Brasil hacia su cuarta victoria seguida en la competición, la que le abrió las puertas de la final con un gol de Paulinho a cinco minutos del final.

Los brasileños, que viven un momento de exaltación política especial, con manifestaciones constantes en las calles desde hace dos semanas, han redoblado su apoyo a la selección como una posición de afirmación patriótica.

La especial exaltación de la “torcida” ocurrió a partir del partido contra México de la segunda jornada del Grupo A, que tuvo lugar el pasado día 19, un día después de que la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, respondiese a las manifestaciones multitudinarias con un pronunciamiento a la nación en el que afirmó que “la voz de la calle tiene que ser escuchada”.

Desde entonces, en todos los estadios han intentado imitar el ambiente de Fortaleza y han cantado el himno “a capella”, extendiéndose más allá de las versiones reducidas de la FIFA, con el objetivo de enarbolar su patriotismo y también de infundir miedo escénico al adversario de turno.

EFE