Hay muchísima gente que a la hora de pensar en preparar algo de comer que no lleve demasiado tiempo ni trabajo acude automáticamente a las cosas fritas: Unos huevos fritos son, en efecto, la clásica solución de emergencia; pero, en general, apelamos a la sartén cuando queremos cocinar algo rápidamente.

Sin embargo, los alimentos fritos de cualquier modo pueden convertirse en algo repugnantemente grasiento. Y es que la fritura, el arte de freír, tiene sus propias normas. Son fáciles de seguir, pero hay que hacerlo bien.

La fritura no es más que un método de cocción de los alimentos que consiste en sumergirlos en una grasa muy caliente; se forma una capa exterior impermeable y crujiente que protege al interior del alimento, que debe permanecer jugoso. Lo importante es que la grasa no pase al interior y éste quede hecho sin que se queme el exterior.

La calidad de la grasa (o aceite) de la fritura es tan importante como el “revestimento”. Pocas cosas pueden ser fritas sin protección, sólo las que contienen albúmina (huevos) o almidón o azúcares (papas). A todas las demás hay que ponerle protección, como la harina, el pan rallado o incluso el huevo batido.

Así que frían como frían, pongan atención: un frito es algo muy rico, una fritura una cosa agradable… y una fritanga, un asco. Evítenla.

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