El maestro argentino Raúl Conti se propuso hace un año “celebrar” a los pintores, rendir un homenaje al artista que trabaja toda la vida y no logra vender una obra, y el resultado son 16 cuadros y una escultura que forman parte de una exposición que abrió hoy sus puertas en Nueva York.

“Quería rescatar al pintor, al rico, al pobre, al blanco, al negro, al indígena, un homenaje al artista que no necesariamente trabaja pensando en vender”, afirmó Conti en una entrevista a Efe antes de la inauguración de la muestra, que podrá verse hasta el próximo 4 de enero en la sede del Consulado argentino en Nueva York.

Pinceles, paletas y botes de pintura, esas “cosas simples” que forman parte de la rutina del pintor, y con las que el artista cordobés (1931) quiere mostrar al público “el día a día” de un oficio al que lleva dedicado en cuerpo y alma casi desde que tiene uso de razón.

Desde la sencillez reservada solo a los grandes, Conti cuenta a Efe durante un recorrido por la exposición que se considera un “obrero de la pintura”, un pintor que trabaja “de sol a sol”, a diferencia de otros “inspirados” que se levantan a las tres de la madrugada para dibujar.

“Como decía Picasso, yo trabajo para que cuando me llegue la inspiración me encuentre con los pinceles en la mano. Me levanto a la mañana, tomo un mate con mi señora y me pongo a pintar o tallar, ese es el resumen de mi vida desde hace tanto tiempo, más de 60 años dedicados al arte”.

Sobre su proceso creativo, cuenta el maestro que seis décadas después le sigue imponiendo “respeto” pararse frente a un lienzo en blanco, “esa es la parte más difícil”, pero resuelto ese primer escollo lo primero que hace es pensar en cuál será la dominante de color, “porque el color acompaña a la forma”.

“Si quiero pintar algo tranquilo o sereno me voy por los azules o verdes y si quiero transmitir algo violento termino con los rojos y amarillos”, responde Conti, que empezó, “como todos”, pintando una manzana o el retrato de un amigo y poco a poco fue incluyendo el rectángulo y el cuadrado, “influido por las culturas precolombinas”.

Llama la atención en sus cuadros la ausencia de brazos en sus figuras humanas, sustituidos por cuatro líneas geométricas de color negro, un símbolo recurrente en la obra del pintor. “Cuando me preguntan por qué solo cuatro dedos siempre digo que sin el dedo prensil, uno da y no quita”.

De espíritu generoso y fiel a su compromiso con las luchas sociales, Conti asegura que “siempre” le han preocupado los problemas sociales, pero “no desde la política, porque los políticos van y vienen”, de ahí su interés por lo que pasa “con los indignados en España o los ocupas” de Wall Street.

Vino por primera vez a Nueva York hace ya 35 años, “con la idea de pasar una temporada”, pero terminó instalándose en la costa este de Estados Unidos donde crecieron sus cinco hijos, todos ellos herederos de la pasión por el arte de su padre, y ahora vive a caballo entre Buenos Aires y la Gran Manzana.

“Los dos primeros años son los peores, luego uno se acostumbra y terminas extrañando la nieve cuando vas a Argentina”, responde el artista sobre su vida en Nueva York, donde celebra que el arte latinoamericano siga “ganando espacios” en una ciudad que hasta 1979 no abrió la primera sala para artistas latinoamericanos en Queens.

A sus 81 años, y el rostro arrugado por el paso del tiempo pero joven de espíritu, el maestro cordobés asegura antes de marcharse a su apartamento del centro de Manhattan, donde le espera su fiel “compañera” Edith, que la palabra “jubilación” está borrada de su diccionario.

“Me pasa como ahora, que cuando no estoy trabajando me siento como perdido, como que hay algo que me falta, así que mientras que el cuerpo aguante, y me den las manos y la vista, seguiré pintando. Esa ha sido mi vida desde chico y soy incapaz de imaginármela sin mis pinceles”, finalizó. EFE