Lo que ahora conocemos como Halloween y sus divertidos disfraces y caramelos, comenzó hace ya unos 3.000 años en las tierras celtas de las actuales Irlanda, Inglaterra, Escocia y algunas partes del norte de Francia.

El 31 de octubre los antiguos celtas celebraban, ya por el año 1.000 antes de Cristo, la noche del fin del verano a la que llamaban “Samhain”. Era una noche muy importante para ellos y en ella recordaban a sus fallecidos y antepasados.

Por aquellas fechas los se pensaba que el umbral que unía este mundo con el “más allá” se abría durante esta noche dejando que los espíritus pasaran a través de él. Los celtas invocaban a sus ancestros, y utilizaban trajes y máscaras para ahuyentar a los malos espíritus.

Esta tradición del Samhain, además, poseía otros elementos que han pervivido a lo largo de la historia y que han ido cambiando hasta convertirse en la fiesta que hoy todos conocemos.

Al igual que muchas otras fiestas paganas, como la Navidad, cuando el cristianismo junto con el Imperio Romano llegó a las tierras celtas, observó sus costumbres y terminó apropiándose de ellas y transformándolas en su propio beneficio.

La celebración del fin del verano o “Samhain” celta fue absorbida por el cristianismo que, aprovechando ese toque de difuntos y espíritus, la convirtió en la festividad de todos los Santos. El nombre “Halloween” no es sino la derivación de la expresión inglesa: “All Hallow’s Eve”, es decir la víspera de todos los santos.