Como diosa pagana henchida de plegarias, la frenética Lady Gaga saboreó victoriosa anoche a cinco metros sobre el suelo el final del hechizo de una noche de mayo en el Foro Sol de la capital mexicana, con un saldo a favor de 55.000 entregadas almas.

La neoyorquina, encaramada por sus propios méritos a la cima del MP3, reacia a la etiqueta de muñeca de discográfica, no defraudó a sus acólitos con su calculado descaro, vestida de monja sexy, de hawaiana dorada, de lencería fina y de quién sabe qué.

Cambios de vestuario que rozaban la velocidad del relámpago, bailarines de torso desnudo y abultada entrepierna, electrónica pop elevada a la máxima potencia torturada por un rasgar de guitarras y, en medio de todo el desmadre, la intensidad incontenible de la nueva ambición rubia (teñida).

El frenesí de sus danzantes adoradores golpeó cerca de las 21.30 horas con “Just dance” y experimentó no uno sino varios cénits a lo largo de las dos horas de show. “¡Sólo bailad, hijos de… !”, los arrebató.

Lady Gaga , aunque hechizada de adrenalina desde el saque inicial, logró controlar lo suficiente su entropía para, como mandan los buenos modales, detenerse a recitar letanías de amor a sus anfitriones, congregados en número superior a los que está acostumbrada (o eso les dijo).