Hace trece años que el compositor, ganador de un Óscar por su canción “Al otro lado del río”, no regresaba al Estado judío, donde vivió con su familia en la adolescencia un año “muy importante”, en el que dio su primer beso, fue a su primera manifestación y le dieron libertad en el colegio para faltar a clase siempre que quisiera tocar el piano.

“Mi paso por aquí es cualquier cosa menos indiferente”, dijo Drexler en una rueda de prensa previa a su concierto de mañana.

El cantante manifestó que mantiene con Israel “una ligazón muy intensa y compleja, una relación como las relaciones de amor de verdad, que incluyen discrepancias”.

Declaró que lleva mucho tiempo fuera y no sabe si tiene derecho e información suficiente como para hablar, pero se reconoció “muy preocupado por el monumental lastre, desde todo punto de vista, que es tener dentro del país un ejército que funciona como ejército de ocupación”.

“Noa me mandó una carta hace poco que hablaba del lastre enorme que es desde todo punto de vista: ético, demográfico y político, tener que llevar eso de administrar y controlar una ocupación”.

Drexler afirmó que ha venido a Israel para “ver, escuchar y aprender”, para lo cual visitará los territorios palestinos ocupados.

El cantante dijo que de Israel le asustan algunas cosas, le apenan otras y le alegran otras más, desde el desarrollo tecnológico hasta proyectos de coexistencia entre árabes e israelíes como el del kibutz Neve-Shalom.

En 1979, con catorce años y en un contexto de tranquilidad en la región tras la firma de los acuerdos de paz de Camp David con Egipto, Drexler vivió en Jerusalén y en Kiryat Ono.

Recuerda ese periodo , entre otras cosas, como la última vez que destacó jugando al fútbol, algo que se acabó con la vuelta de la familia a Uruguay al año siguiente.

“Para mí fue un contacto con muchas cosas que no tenía en Uruguay, un país muy gris y muy opresivo en aquella época”, dijo Drexler.

El cantante recordó su canción “Milonga del moro judío”, que escribió después de visitar Neve Shalom en su última visita a Israel, un tema en el que hace un llamamiento “a ponerse en el lugar del otro, a mostrar la complejidad de las relaciones humanas y levantar un puente de empatía, algo que parece extremadamente sencillo pero que es extremadamente complicado: considerar al otro un interlocutor”.

Respecto a la campaña de boicot, desinversión y sanciones, que entre otras cuestiones llama a artistas de todo el mundo a no tocar en Israel, aseguró: “Yo no me puedo permitir no venir aquí porque tengo una relación aquí que va más allá de taparlo. Para mí me es más útil como persona venir, más que meterlo abajo de la alfombra y no verlo”.

“Si no viniera, en mi caso, estaría eludiéndolo”, concluyó Drexler, que se presentó, bromeando, como “un judío charrúa que vive entre los gallegos”.

Drexler reivindicó sus raíces múltiples, tanto que le hacen sentir “casi un desarraigo, pero un desarraigo positivo, como una cierta libertad”.

Recordó sus inicios como músico, con una primera casete que “compraron 33 personas, de las que conocía a 31 de ellas”, y el impulso que le dio el cantautor español Joaquín Sabina para viajar a España, donde aún vive.

Drexler ve a España “bastante mal”, en particular “en el panorama musical no pareció haber una explosión creativa para contrarrestar la depresión anímica que está pasando el país”, una explosión que “sí hubo en el teatro, pero no en el cine ni en la música”.

Según Drexler, en España “durante tanto tiempo la cultura dependió de las arcas públicas que siempre existía el miedo de que pasara lo que pasó, que cuando desapareció el dinero público cayeron a una quinta parte los conciertos”. EFE