Escucha, oh Dios, con tus oídos mi plegaria, y no te apartes de mi
súplica, atiéndeme y respóndeme. Me agito alrededor gimiendo, perturbado por las amenazas del
enemigo, por la opresión del inicuo; porque me sobrevienen
males y con furia me asaltan. Mi corazón se conturba en mi pecho, y pavor de muerte cae sobre mí.
Temor y espanto vienen sobre mí, y me cubre el horror. Y digo: «¡Oh, si tuviera alas como la paloma, volaría y descansaría!
¡Cómo huiría lejos, lejos, y permanecería en el desierto!» (Pausa)
Me buscaría pronto un refugio contra el torbellino y la tormenta. Disipa, oh Señor, y divide sus lenguas, pues veo riñas y discordias
en la ciudad, que día y noche merodean en torno a sus muros,
y dentro de ella hay iniquidad y opresión. En sus calles hay asechanzas, y de sus plazas no se apartan la
injuria y la falsía. Si me hubiera afrentado el enemigo, en verdad lo hubiera sobrellevado; si se hubiera levantado contra mí el que me odia, me hubiera guardado de él. Pero era, por el contrario, un igual, amigo y familiar mío, con
quien tuve dulce trato, anduvimos en la casa de Dios con dulce consorcio.
Caiga la muerte sobre ellos, desciendan vivos a los infiernos, pues hay maldades en sus habitaciones, en medio de ellos.
Yo, en cambio, clamo al Señor, y el Señor me salvará.
Por la tarde y por la mañana y al mediodía, me lamento y gimo, y escuchará mi voz:
«Redime para la paz mi alma de los asaltos, pues muchos van contra mí».
(Pausa)
Me escuchará Dios y les humillará, el sentado desde la eternidad,
pues no cambian, ni temen a Dios. Todos levantan sus manos contra aquéllos con los que habían
jurado paz y violan el pacto. Su rostro es más blando que la manteca, pero su corazón es
belicoso: sus palabras son más suaves que el aceite, pero son
espadas desenvainadas: «Confía tu cuidado al Señor. El te sostendrá; no permitirá jamás
que el justo vacile». Y tú, oh Dios, los precipitarás en la tumba de la perdición. Los criminales y fraudulentos no llenarán la mitad de sus días; mas yo espero en ti, Señor.