Mel Gibson quiso plasmar en su cinta una pasión auténtica, humana, y para ello no tuvo mejor idea que recurrir a la violencia para muchas de sus escenas. Lo paradójico es que el film no es fiel al 100% a los Evangelios. Por el contrario Gibson se tomó muchas licencias.

El mensaje que el director quiso dejar en claro, al parecer, es el sangriento castigo al que sometieron a Jesús. Las imágenes de ese momento son duras. La crudeza sin límites señala sin ningún reparo la pasión de Jesús a mano de unos salvajes y endurecidos legionarios romanos.

El uso de la violencia es válido en el séptimo arte siempre y cuando sea un instrumento para concluir en un argumento. Es decir, al servicio de otro objetivo. De eso bien hemos aprendido gracias a los maestros Peckinpah, Kurosawa o Lynch. Queda claro entonces que la violencia no debe ser un fin, sino un medio.

La comparación que podemos hacer con otras cintas deja mal a la obra de Gibson, pues todas ellas sin sangre nos transmitieron efectivamente la procesión interna de los personajes con meros elementos que un cinéfilo reconoce y disfruta.

Pier Paolo Pasolini en “La Pasión según San Mateo”, nos involucra directamente y nos sitúa en el juicio de Sanedrín gracias al recurso de llevar la cámara de mano al hombro. En “Azar de Baltasar” de Bresson, el burro Baltasar tiene ojos de pena que manifiestan de un modo más claro toda la violencia de los bien sabidos hechos. “Jesús de Nazareth” de Zeffirelli también cobra cierta fuerza dramática en cuanto al grado de humanidad que vemos en Jesús.

Realizar una película sobre la vida de Jesucristo asume enfrentar datos biográficos, pero estos estarán dispuestos para otra intención. Lo relevante y el meollo del asunto será entonces develar la mística de Jesús haciendo uso de estados de ánimo, pensamientos, conflictos internos, y más. Porque las películas de Jesús narran la historia de un protagonista cuyo individualismo pasa a segundo plano por su misión salvadora.