Cuando se cumplen los cien años de su nacimiento, queda el hueco de un verdadero autor capaz de tatuarse en la retina del espectador de cualquier generación “Cantando bajo la lluvia”.

Aquella escena legendaria en la que no necesitó más pareja de baile que el chaparrón, el paraguas y una farola la había rodado acatarrado y con fiebre, pero acabó convirtiéndose no solo en su imagen más icónica, sino en el comienzo del respeto hacia un género a menudo denostado por los analistas más sesudos.

“Cantando bajo la lluvia” aparecía recientemente en el puesto número 20 de las mejores películas de todos los tiempos según la prestigiosa revista británica “Sight and Sound” y es que, tras ese clásico popular, se esconden propuestas artísticas todavía innovadoras y una concepción coreográfica sumamente influyente.

El actor, director y coreógrafo se mantuvo tan fiel al género decadente tal y como él lo había conocido que no fue demasiado afortunada su participación en la cinta francesa Las señoritas de Rochefort.

Intentó abrirse a la presencia de estrellas más pop como Barbra Streinsand, a la que dirigió con mucho éxito en “Hello Dolly!” o, ya en 1980, Olivia Newton John, con la que dio el “pas de deux” más desafortunado de toda su carrera en “Xanadú”, injusto broche una carrera única e insustituible. EFE