Planteada y vendida ya desde su mismo póster como ¿sincero? homenaje a las películas familiares ochenteras (Abrams afirma tener Los Goonies como principal referente), Super 8 retoma el espíritu de las producciones para todos los públicos del universo Spielberg, quien apadrina, orgulloso, el proyecto.

No sólo Goonies (Richard Donner, 1985), también la sombra y recuerdo de Nuestros maravillosos aliados (Batteries not includes, Matthew Robbins, 1988), Exploradores (Explorers, Joe Dante, 1985) y sobre todo, de E.T. (id., Steven Spielberg, 1982) sobrevuela el forzado metraje de Super 8, un ejercicio de imitación caligráfica por parte del alumno, un J.J.Abrams que resulta mucho mejor cuando sabe encontrar su propia voz – ahí tenemos su estupenda puesta al día de Star Trek -, que cuando agacha servilmente la cabeza ante su mecenas. ¿De verdad nadie pensó en el gran Joe Dante para este proyecto?

El buen oficio del director en el arte del remedo y la buena interpretación del elenco infantil no puede ocultar el gran vacío y los problemas de estructura de una propuesta de serie B que, amplificando los defectos del peor Spielberg, – sí, ese no apto para diábeticos -, tan sólo pretende hacer caja de la nostalgia. En ese sentido, misión cumplida.

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