Que existe un paralelismo entre la película de John Carpenter “Asalto a la comisaría del distrito 13” y el clásico de George A. Romero “La noche de los muertos vivientes” es algo que no se le escapa a nadie.

En “La horde”, los directores Yannick Dahan y Bejamin Rocher unen ambos conceptos en una trama en la cual policías y criminales unen fuerzas en el interior de un bloque del extrarradio parisino para combatir a una horda de muertos vivientes que tratan de acceder a él.

Como con todo el cine fantástico que nos viene llegando del país galo durante esta década, “La horda” contiene un grado superior de violencia con respecto a películas similares de origen estadounidense si bien no tanto en cantidad como en intensidad y claridad representativa; las luchas que establecen los protagonistas entre ellos mismos o contra los zombies están cargadas de una violencia cruda y muy física siendo habitual la eliminación de muertos vivientes a base de golpes o con armas rudimentarias más que con armas de fuego que, normalmente, tan solo sirven para empeorar el ya de por si lamentable aspecto que presentan los zombies; las peleas entre los supervivientes son encarnizadas y abundan los golpes, las contusiones y el ensañamiento,…

Desde el comienzo del film, entendemos que los protagonistas no son trigo limpio. A pesar de estar, supuestamente, del lado de la ley, se deja claro que se trata de gente corrupta, violenta y cuyo destino no merece ser el de recibir medallas o, ni siquiera, obtener la simpatía del público. La mirada que sobre la policía arrojan los responsables del film deja claro una postura muy crítica.

Más adelante, cuando conocemos a la banda de criminales con la que tendrán que unir fuerzas, éstos se nos presentan como gente igualmente violenta, sucia e inestable por lo que apenas queda nadie con quién el público se pueda identificar. Ni siquiera el vecino del bloque que también se une al grupo es una opción, pues se trata de un viejo desequilibrado mucho más perturbado que todos los demás. En conclusión, la mirada de los responsables del film sobre la sociedad de su país es también muy crítica; la de un polvorín a punto de estallar.

Con este plantel, al público solo le quedan unos personajes con los que sentirse a gusto y empatizar: los zombies. Esa masa informe y autómata cuya única necesidad es la de tener el estómago lleno resulta mucho más reconfortante y su violencia mucho más justificada que la del resto de personajes. Así pues no nos queda más que esperar a que acaben con todos los protagonistas del film uno por uno o, en el mejor de los casos, que éstos se dejen morder un poquito para que definitivamente aparquen a un lado su ira formen parte de la horda.

Si “La horda” debía aportar algo fresco al subgénero de los zombies se lo debió dejar en la puerta del maldito edificio porque nada se llevará a su casa el espectador que ya haya visto unas cuantas películas sobre muertos vivientes.

Algún plano con cierta fuerza como el del último de los policías tratando de librarse de cientos de zombies subido encima de un coche con una pistola o, quizá, el plano final con la mujer policía y el líder de los criminales resolviendo sus diferencias. En definitiva poca cosa para una película que, eso sí, es puro entretenimiento para aquellos a los que les guste disfrutar de la cruda violencia.

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