En un mercado de estrellas pop cada vez más efímero y huérfano de sus iconos, reluce en noches en Madrid como un diamante de 24 kilates que él mismo se ocupa de pulir con vehemencia creciente, empeñado en brillar entre los más grandes.

Ante el aforo completo del WiZink Center de la capital de España (conocido popularmente como Palacio de Deportes), el estadounidense demostró que tiene el poder que escenográficamente ha jugado con todos los colores del espectro, pero que en lo musical ha reivindicado el negro, con Prince en la memoria.

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Soul, funk, r&b y hip hop se han aliado en una fiesta colectiva sin apenas respiro que multiplica por tres los medios económicos y elementos de su anterior tour y que resulta en una apoteosis veloz y apabullante, la cual, en su afán por epatar, pierde en algunos momentos la importancia de los matices.

Ya lo avisaban su primera canción, “Finesse”: “It’s bout to get hot and sweaty”, es decir, “se trata de calentarse y de sudar”, misión conseguida con un pabellón que prácticamente no se ha sentado en la hora y media de espectáculo.

La primera mitad de “24K Magic World Tour” lo protagoniza casi por entero el disco que le da nombre, un álbum más decididamente funky y con menos concesiones al pop que, pese a su fuerte arranque comercial, no alcanzó los registros de sus predecesores (aún así, colocó 1 millón de copias en poco más de un mes).

La fiebre por también afectó a España, donde, en medio de denuncias en contra de la reventa, se colgó el cartel de “no hay entradas” en menos de dos horas para sus conciertos en el país, esto es, 33.000 localidades.

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