Pete Carroll, coach de los Seattle Seahawks, estuvo a pocos segundos de conseguir el segundo título consecutivo y marcar una dinastía en la NFL; sin embargo, la realidad fue otra y todas las ilusiones se perdieron en la última jugada decisiva del encuentro.

Todo lo que Carroll tenía que hacer era aplicar un poco del sentido común en los últimos segundos del Super Bowl XLIX, pero no, eso era demasiado. Ya se había ganado el respeto incondicional de su oponente, Bill Belichick, quien conocía a Carroll como un líder que inspiró a Seattle “a competir tan bien o mejor que cualquier otra organización que he conocido”.

Carroll solo tenía que tomar una decisión que cualquier otro coach habría tomado. Lynch estaba en lo suyo, corriendo por encima de los New England Patriots y cargando a los Seahawks rumbo al primer campeonato consecutivo desde que Belichick y Tom Brady lo lograron en otra vida.

El juego estaba ganado. Carroll estaba a punto de probar que podría gobernar un juego con una sonrisa, pero algo extraño pasó: Malcolm Butler interceptó el balón para darle a los Seahaqks el golpe mortal que ellos mismos le habían dado a los Green Bay Packers.

“No hay nadie a quien culpar por esto excepto a mí. Yo tomé la decisión. Dije, ‘tira la bola’ y nos fuimos con la jugada que pensamos nos daría la oportunidad de entrar en la zona de anotar. Teníamos la formación que queríamos, pero no funcionó. Ellos hicieron una mejor jugada que nosotros”, indicó Carroll.

“Íbamos a ganar el partido”, dijo un desconsolado Carroll, que mató su propia ilusión. “Era una buena jugada”, insistió. Sin duda, será la peor jugada en la historia del Super Bowl para Pete Carroll.

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