En el siglo XIX, la Alaska rusa era un centro de comercio internacional. En su capital, Novoarján-guelsk (actual Sitka), se vendían telas chinas, té e incluso el hielo que se utilizaba en los EE.UU. antes de que se inventaran los frigoríficos. Se extraía carbón y se construyeron barcos y fábricas. Ya entonces se tenía conocimiento de los numerosos yacimientos locales de oro. Vender algo así parecía una locura.

Estas actividades estaban concentradas en manos de la Compañía Ruso-Norteamericana (conocida por sus si-glas en ruso, RAK). La dirigían empresarios rusos del siglo XVIII. El gobernador principal de los asentamientos rusos fue un comerciante de gran talento llamado Alexánder Baránov.

Con Baránov la Compañía Ruso-Norteamericana gozaba de unos ingresos cuantiosos. Pero cuando, ya anciano, se apartó del negocio, su puesto fue ocupado por otros cuyas acciones hicieron quebrar la compañía. Los aborígenes cayeron en la miseria y comenzaron a sublevarse.

En ese mismo período estalló la guerra de Crimea, en la que Rusia combatió contra Inglaterra, Francia y Turquía. Luego quedó claro que el país no sería capaz de abastecer y proteger a Alaska: las vías marítimas estaban controladas por los barcos de los aliados.

Temían que una Inglaterra hostil pudiera bloquear Alaska, dejando a Rusia sin nada. A pesar de la creciente tensión entre Moscú y Londres, las relaciones con las autoridades norteamericanas eran cordiales, y la idea de vender Alaska surgió casi de forma simultánea por parte de ambos lados. El barón Eduard de Stoeckl, enviado por Rusia a Washington, entabló las negociaciones en nombre del zar, junto con el secretario de Estado norteamericano William Seward.

Mientras las autoridades se ponían de acuerdo, la opinión pública de ambos países se oponía a la transacción porque no entendía los temores y los planes rusos.

Aún así, el 30 de marzo de 1867, se firmó en Washington el contrato de venta de 1,5 millones de hectáreas de posesiones rusas a Estados Unidos por US$7,2 millones, suma puramente simbólica. No se venden tan barato ni siquiera las tierras yermas de Siberia. Pero la situación era crítica: los rusos incluso podían quedarse con el territorio sin percibir esa cantidad.

La transferencia oficial se celebró en Novoarjánguelsk. Después, los norteamericanos rebautizaron la capital con el nombre de Sitka. No tardó mucho en llegar la fiebre del oro a Alaska que le aportó aportó a EE.UU. cientos de millones de dólares.

Fuente: La Nación