Ante una posible amenaza, lo primero que hacemos es quedarnos quietos y expectantes.

Expresiones como “contener la respiración” o “quedarse paralizado por el miedo” hacen referencia a esa respuesta defensiva de inmovilidad, que es una constante con pocas variaciones en todas las especies de mamíferos, incluida la nuestra.

Se caracteriza por el cese del movimiento voluntario y el incremento del tono muscular. El resultado una postura tensa, “congelada”.

Se sabe que esta ancestral respuesta ante las amenazas está ligada a la sustancia gris periacueductal (SGPA), un conjunto de neuronas que rodean, a la altura del cerebro medio, la cavidad por donde circula el líquido cefalorraquídeo (el acueducto cerebral).

La sustancia gris periacueductal está implicada, además, en funciones como la modulación del dolor, la ansiedad y de la coduncta reproductiva. Además de paralizarnos de miedo, también es capaz de elevar la tasa cardiaca y la presión sanguínea y poner en marcha la respuesta de lucha o huida.

Este grupo de neuronas que rodean al acueducto cerebral es una parte central del circuito cerebral encargado de poner en marcha las respuestas frente al miedo.

Está conectado con la amígdala, una estructura fundamental en el procesamiento de las emociones, entre ellas el miedo. Ante un peligro inminente, como el ataque de un animal, la señal desde la amígdala llega a la SGPA y se inicia un comportamiento defensivo de lucha o huida.

Sin embargo, ante un peligro no tan inminente, como una amenaza, otra zona del anillo de Sustancia Gris Periacueductal, la ventrolateral, pone en marcha otro comportamiento, en este caso de inmovilidad.

Fuente: ABC.es