Para muchos de los fieles que llenarán la plaza de San Pedro el 27 de abril, el protagonista del día será Juan Pablo II: un Papa mediático y carismático, de mandato reciente, a quien algunos medios italianos siguen refiriéndose con el apelativo “la sonrisa de Dios”.

Pero este domingo, junto al polaco Karol Wojtyla, será canonizada una figura más discreta y lejana en el tiempo: Juan XXIII, el hombre que dirigió la Iglesia católica entre 1958 y 1963 e impulsó el Concilio Vaticano II, el acontecimiento que cambió la cara de la Iglesia en el siglo XX.

Angelo Roncalli, quien recibió el sobrenombre de “el Papa Bueno” por su carácter tranquilo y su apariencia bondadosa, fue en cambio criticado durante su pontificado por los sectores más conservadores de la Iglesia, que lo acusaron de “modernista” y llegaron a calificarlo de comunista.

No obstante, el papa italiano, nacido en una familia de campesinos cerca de Bérgamo en 1881, representa en buena medida a una Iglesia que en muchos aspectos es el reverso de la encarnada por Karol Wojtyla.

No en vano, el corto pontificado de Angelo Roncalli fue un punto de inflexión en la Iglesia del siglo XX, el, para muchos, primer intento serio de modernizar una institución de siglos de historia.

“Juan XXIII es uno de los papas más importantes y más relevantes de la historia del cristianismo porque consigue enterrar 15 o 16 siglos de historia y recupera lo que sería el verdadero cristianismo, que se refleja en el diálogo, no en la condena”, dijo a BBC Mundo el teólogo Juan José Tamayo, catedrático de historia de las religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y presidente de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.

“Roncalli introduce dentro de la doctrina social de la Iglesia la cultura de los derechos humanos. Y en tercer lugar, quizás lo más importante, que no fue seguido por el Concilio Vaticano II, la propuesta de una Iglesia de los pobres”, agrega.

La decisión personal de convocar el Concilio Vaticano II en 1959 fue quizá el momento clave del pontificado de Roncalli, el que más trascendencia tuvo para el futuro de la Iglesia y su relación con el mundo.

Roncalli había tenido una trayectoria de más de 30 años en la diplomacia vaticana, que le había llevado a ocupar posiciones en lugares fronterizos donde la Iglesia católica convive con otras confesiones como el cristianismo ortodoxo o el Islam, como Bulgaria, Grecia y Turquía, en momentos turbulentos como la I Guerra Mundial, el periodo de entreguerras y la II Guerra Mundial.

Esa experiencia, según los expertos, fue clave en su toma de conciencia de los problemas del mundo moderno y en su espíritu aperturista y de diálogo entre las diferentes confesiones cristianas y con otras religiones.

Juan XXIII murió a los 81 años el 3 de junio de 1963 como consecuencia de un cáncer de estómago y nunca vio terminado su proyecto. Su sucesor, el también italiano Pablo VI, fue el encargado de concluir el Concilio. Su funeral fue el 4 de junio. Sin embargo, su iniciativa terminó transformándole la cara al catolicismo.

“Pese a haber sido un papado corto, no fue un papado de transición sino que fue el Papa de la transición. Abrió la Iglesia a un diálogo con el mundo. El papa Juan dejó de lado las condenas a la sociedad contemporánea, dejó de lado las excomuniones y buscó comprender más que juzgar. Comprender cuáles eran los problemas y las aspiraciones del mundo contemporáneo”, dijo a la BBC Mundo Ezio Bolis, director de la Fundación Juan XXIII de Bérgamo.

Para Bolis, el pontificado y la personalidad de Roncalli estuvieron definidos por el “deseo de unidad entre cristianos y entre pueblos”. Pero no solo.

“El papa Juan XXIII fue un operador de paz en un periodo de fuertes tensiones internacionales como la crisis de Cuba en el 62 o la construcción del muro de Berlín en el 61. Eran los años de la Guerra Fría. Volvió a poner en evidencia el Evangelio, la simplicidad del Evangelio, la importancia de las obras de misericordia”, señala el teólogo italiano.

Fuente: BBC Mundo