Cuando finalizaba la Primera Guerra Mundial una enfermedad mortal asoló al mundo y mató a lo que se calcula fueron 50 millones de personas. El horror causado hizo al mundo consciente de la necesidad de acciones colectivas contra las enfermedades infecciosas, argumenta Christian Tams, profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Glasgow.

El Día del Armisticio de la Primera Guerra Mundial, en 1918, el mundo ya estaba combatiendo otra batalla. Había estallado la gripe española, una pandemia que al final mató a casi tres veces más personas que los 17 millones de soldados y civiles que fallecieron durante la llamada Gran Guerra.

Las enfermedades más peligrosas suelen ser motivo de titulares cuando existe el riesgo de una pandemia, como el actual brote de Ébola. Cuando no es así por lo general se les ignora a pesar de que cada año éstas matan a más gente que las guerras y los conflictos militares.

En 1918 el mundo enfrentó una pandemia. En unos meses la gripe española mató a más gente que cualquier otra patología que se había registrado en la historia. Azotó rápidamente y fue indiscriminada. En sólo un año la expectativa de vida en Estados Unidos se redujo 12 años, según los Archivos Nacionales de EE.UU.

En muchos países los servicios de salud pública respondieron y las sociedades, acostumbradas a las restricciones de los tiempos de guerra, soportaron cuarentenas y otras medidas con resiliencia. Pero el despliegue masivo de tropas y el incremento en los viajes globales significaron que ninguna nación podía combatir sola a la gripe española.

Fuente: BBC