Las historias que los libros cuentan sobre las atrocidades cometidas por los nazis y su líder quedan cortas si hablamos de , la “zorra de Buchewand”, la mujer más sanguinaria del Tercer REich que amaba los tatuajes, las pieles y partes de los cuerpos de sus víctimas: prisioneros judíos.

Poco se sabe de la infancia de la terrible Ilse Koch. Ella nació en 1906 en la ciudad de Dresde, Alemania, en el seno de una familia muy pobre. Buscando una salida a su situación, estudió taquigrafía a los 15 años. Con esto pudo trabajar para una fábrica en 1922 y después ser dependiente de una pequeña librería.

Posteriormente, decidió estudiar contabilidad y fue en este momento cuando sus rasgos más oscuros comenzaron a surgir. Empezó a leer más y simpatizó de inmediato con las ideas radicales de Adolf Hitler.

Su belleza, encarnada por sus grandes ojos azules y su cabellera rubia, le sirvieron para ascender en el mundo militar y político de los nazis. En 1934 conoció a su esposo Karl Otto Koch, quien en ese entonces era un coronel de la SS y se convirtió en el comandante del campo de concentración de Buchenwald.

Una vez introducida totalmente en el mundo nazi, Ilse Koch tomó parte de la organización del campo de su esposo y se encargó de convertirlo en un infierno.

“Tenía en mente fabricar una pequeña lámpara de piel humana, y un día se nos ordenó a todos desnudarnos hasta la cintura. Los que tenían tatuajes interesantes fueron llevados ante ella, para escoger los que le gustaran. Esos presos murieron y con sus pieles se hicieron lámparas para ella. También utilizaron pulgares momificados como interruptores”, dijeron algunos sobrevivientes de aquel campo de concentración.

Por si fuera poco, esta mujer tenía lámparas, confeccionaba guantes, carteras, álbumes de fotos familiares… Todas con pieles humanas.

Otra de las mayores aficiones de la “Bruja de Buchenwald”, otro de los apodos dados por los prisioneros del campo, era realizar orgías lésbicas con todas las esposas de los oficiales.

Cuando cerró el Buchenwald, Koch fue juzgada por la corte de USA en 1947. Se le condenó a cuatro años de prisión por no existir pruebas contundentes de su culpabilidad. El 1 de septiembre de 1976, ató sábanas a la lámpara de su celda y se ahorcó.