Desde antes que llegara al poder, Adolf Hilter siempre sintió cierta atracción hacia el ocultismo.

Él creía ser la reencarnación de un cruel príncipe medieval, Landolfo II de Capua, conocido practicante de la magia negra. Por eso cuando se hizo líder del nazismo creó una oficina gubernamental, la Ahnenerbe, especializada en ocultismo.

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Ese lugar estaba encargo, entre otras cosas, de organizar costosas expediciones por todo el mundo en busca de artefactos con presuntos poderes místicos como el Santo Grial.

Otro de los planes más extremos que tenía era asesinar al Papa. Para contextualizar esto, es preciso indicar que en la década del 30, Hitler ordenó a las escuelas católicas reemplazar los crucifijos de sus aulas con fotografías de él. Años después trató de abolir todas las religiones y quiso establecerse a sí mismo como el Señor y Salvador de Alemania.

Ya en 1943, el Papa Pío XII comenzó a hacer vagas condenas públicas contra el nazismo por sus abusos contra los derechos humanos, por lo que Hitler comenzó a hacer vagas amenazas de muerte hacia él.

Según relata el general de las SS Karl Wolff, el propio Adolf le dio una misión especial, en septiembre de 1943, diciendo: “Quiero que vos y tus tropas ocupen la Ciudad del Vaticano lo antes posible, aseguren sus archivos y tesoros artísticos y lleven al Papa y su curia al norte “.

El plan, no obstante, nunca se llevó a cabo porque uno de los hombres involucrados alertó a los italianos antes de que se pusiese en marcha.

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También quiso invadir Suiza, a pesar que era su refugio monetario. Adolf Hitler pidió a sus altos estrategas un plan masivo para invadir Suiza. Odiaba a ese país y siempre la llamaba el “grano en la cara de Europa”.

Todo esto llevó al trazado de la Operación Tannenbaum. Este plan requería aproximadamente 25 divisiones y hasta 500.000 hombres. Sin embargo, dejó de lado el plan por razones desconocidas hasta el día de hoy.

Por otro lado, creó túneles secretos para fabricar bombas nucleares. Sin embargo, el plan falló, tanto así que Alemania quemó 3 mil millones de dólares durante la guerra construyendo esos armatostes inútiles, mientras los EE.UU. gastaron apenas 1,9 millones para crear un arma mucho más eficaz llamada “bomba atómica”.