Aquel golpe de Estado llevado a cabo por Hitler en Munich, conocido como el ’Putsch de la Cervecería’, supondría, a pesar del fracaso, el cambio de estrategia con el que el líder nazi llevaría al fascismo al poder en Alemania 10 años después.

En primer lugar, porque los nueve meses que Hitler pasó en la prisión de Landsberg le sirvieron para escribir “Mein Kampf” (Mi lucha), el tratado en el que plasmó bien claras las ideas que desarrollaría después hasta llevar al horror a Europa (desde el antisemitismo que provocó el Holocausto hasta sus intenciones de expandir Alemania hacia el Este). Y en segundo lugar, porque aquella rebelión fallida llevó a líder nazi a alterar sus planes, convenciéndose que la violencia no era el camino para alcanzar el poder, sino que utilizar los procedimientos de la democracia para destruir después la democracia misma.

Todo comenzó la tarde del 8 de noviembre, aquel joven que “se convierte en un torrente de oratoria violenta, tempestuosa y atronadora (…), con unas enormes ventanas en la nariz que parecen oler ya la sangre”. Nadie imaginaba aún el peligro que suponía aquel pequeño partido dirigido por ese personaje nacido en el Imperio Austrohúngaro.

Hitler, que entonces tenía 34 años, irrumpía en la Bürgerbräukeller, junto a un contingente de la organización paramilitar del partido nazi, las SA, que se habían convertido en la encarnación de la voluntad de alcanzar el poder por la violencia. El líder del partido nazi, junto a Hermann Göring, Alfred Rosenberg y Rudolf Hess, llegaba a la famosa cervecería de Múnich, cuando el gobernador de Baviera, Gustav von Kahr, pronunciaba un discurso delante de 3.000 personas.

Cerca de 600 hombres bloquearon las salidas de la famosa cervecería fundada en 1885 y Hitler entró por la puerta delantera, disparó un tiro al techo y se subió de un salto sobre una silla gritando: “¡La revolución nacional ha estallado!”. El ‘Putsch de Munich’ había comenzado.

Los nazis declararon inmediatamente en Baviera un gobierno provisional, y los cuarteles de la Reichswehr y los de la policía eran ocupados, haciéndose, además, algunos rehenes entre los miembros del Gobierno bávaro. Las fuerzas de Ernst Röhm, entre las que se encontraba Himmler, ocuparon el Ministerio de Defensa bávaro y se enfrentaron a las fuerzas gubernamentales. “La revolución había dado comienzo ya”, insistía el líder nazi.

En este instante, Hitler cometió el error de dejar en libertad a los tres hombres del gobierno retenidos en la cervecería Bürgerbräukeller, bajo el compromiso de que apoyarían el golpe de Estado. Tras ser liberados, lo primero que hicieron fue dar órdenes a la Policía de acabar con la revuelta.

Ante esta situación, Hitler decidió marchar sobre Munich con el mariscal Ludendorff a la cabeza. El futuro ‘führer’ estaba convencido no solo de que la Policía no dispararía contra estos veteranos de la Primera Guerra Mundial, sino que, además, se unirían a ellos en el ‘Putsch’. Sin embargo, aquello no salió como él esperaba.

Los 2.500 hombres que marcharon con Hitler hacia el ayuntamiento de Munich, el Ministerio de Defensa y la Odeonplatz, a los que se unieron muchos ciudadanos, se encontraron finalmente con las fuerzas policiales bloqueándoles el paso. En aquel instante, ambos grupos armados quedaron frente a frente durante unos segundos, hasta que, de repente, sonó un disparo y comenzó un importante tiroteo.

Hitler fue detenido, dando por fracasado el intento de golpe de Estado.

Fuente: ABC