Víctima del horror contra el cual había combatido, la frágil Madeleine Truel fue obligada a transportar grandes piedras de un lado para otro, ida y vuelta, una y otra vez, sin descanso. La joven hija de padres franceses que había pasado los primeros veinte años de su vida en Perú, pagaba así en un centro de reclusión nazi su participación en la Resistencia Francesa.

De sus familiares, lo único que se le había permitido recibir había sido una Biblia. Ni ropa, ni alimentos. Experta en la falsificación de documentos, labor de filigrana gracias a la cual logró salvar la vida de decenas de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, Truel fue rescatada del olvido y la ingratitud por el periodista Hugo Coya al incluir su historia en su libro Estación final.

Ahora, el joven cineasta Luis Cam recupera nuevamente su historia en documental próximo a presentarse en el Congreso de la República. La relación de Madeleine con el Perú había empezado cuando sus padres se afincaron en Lima y establecieron un negocio de ferretería en el Jirón de la Unión. Nacida en Lima e inscrita como Magdalena Blanca Truel Larrabure, la vida de Madeleine transcurriría con el sosiego propio de una estudiante del Colegio San José de Cluny.

Los problemas llegarían con la muerte de su padre, un héroe de la Compañía de Bomberos, luego de lo cual Madeleine viajó a los veinte años con sus hermanas a Francia con la esperanza de recibir la ayuda de unas tías. Al llegar a París, sin embargo, se darían con que las tías estaban más necesitadas que ellas. Así, Madeleine ingresó a trabajar como traductora para la sucursal gala del banco Bilbao, emprendiendo también estudios de filosofía en La Sorbona.

Un accidente, sin embargo, cambiaría el curso de su vida. Un vehículo nazi la atropelló, causándole daños irreparables en una de sus piernas y confinándola a todo un año de convalecencia, tiempo que le sirvió para presenciar desde la ventana de su casa, impotente, cómo la jauría nazi se llevaba a sus vecinos judíos.

Ella, entonces, se contactaría con la Resistencia. Ante el asombro de quienes le porfiaban que en su situación física le sería imposible colaborar, ella les haría ver que dicha condición era perfecta para la labor, pues nadie sospecharía de ella. Así, Madeleine se convirtió en experta en la falsificación de pasaportes, documentos de identidad, permisos de viaje y salvo conductos para la colonia judía y los soldados estadounidenses y británicos que caían en paracaídas para realizar actividades de espionaje y sabotaje.

Seguidos de cerca por el nazismo, Truel y sus compañeros debían cambiar continuamente de vivienda y fue, precisamente, cuando Madeleine decidió volver a uno de los locales anteriores en busca de un poco de tinta especial, que fue atrapada y trasladada al primero de los centros de reclusión donde sería torturada, sin llegar a divulgar jamás los nombres de sus compañeros.

Había sido advertida de que el lugar estaba bajo vigilancia, pero su solidaridad y capacidad de indignación ante el atropello nazi fue mayor. Luego, llegaría al traslado final al campo de concentración de Sachenhausen, donde sería apodada “el pájaro de las islas”, y desde donde partiría, en la postrimería de la guerra, en una de las funestas “marchas de la muerte”, siendo abandonada con sus compañeros en el campo de las tropas nazis a las que entonces les tocaba huir de los rusos.

Ella, sin embargo, no llegaría a disfrutar de los días de liberación, pues en plena marcha sería golpeada en la cabeza por un soldado, falleciendo cuatro días antes de finalizada la guerra, el 3 de mayo de 1945. Según testimonio de sus compañeros de ruta, sería enterrada con un vestido rojo y cubierta con flores blancas y rojas en homenaje a Perú.

Fuente: Caretas