Cuando tenía 12 años , una joven de Liechtenstein, perdió las ganas de comer. Le perdió el gusto a la comida y solo ingería un melocotón. A los 14 su abuela murió y se sumergió en la depresión. Ahí se negó a comer rotundamente.

Al ver su esquelético cuerpo, sus padres se alarmaron y la llevaron al médico. Ahí descubrieron que los 40 kilos que pensaban tenía, eran en realidad 22. La vida de su hija pendía de un hilo. La se la estaba llevando.

No se resignaron y empezaron a tratar toda clase de terapias, pero ella no mejoraba. “Quería morir cada vez que el médico me decía que ya no iba a aguantar más”, dice Chiara Schober cuando recuerda esos años.

Sus deseos internos de suicidio fueron reprimidos en varias ocasiones. Así pasaron tres años más. Ella ya no quería vivir, estaba harta de los tratamientos, de la clínica contra la anorexia donde estaba internada. Conscientes de su actitud, los médicos advirtieron a los padres que se prepararan para lo peor.

“Fue entonces cuando Jason intervino y me animó a comer más, me sacaba para comer y compraba aperitivos como palomitas de maíz para picotear juntos. Pronto volví a sentir el placer de comer. Él me ayudó a recuperarme también mentalmente”, explicó.

Ahora, Chiara Schober tiene 19 años y una relación amorosa con Jason. Ella es feliz y ha recuperado las ganas de vivir. “Quiero recuperarme, vivir por Jason y por mí”, precisó.

También comentó que si hizo pública su historia es para que otras jóvenes que están inmersas en la anorexia se den cuenta que hay muchas cosas buenas en el mundo, como el amor, para dejarse morir.