Un sencillo sistema de riego que recoge el agua de los “puquios” (manantiales, en quechua) y la almacena para obtener hasta tres cosechas al año, está sacando de la pobreza extrema a una comunidad campesina de muy castigada por la violencia de Sendero Luminoso en décadas pasadas.

La comunidad campesina de Lambrama luce un manto verde en un remoto rincón de las frías y secas laderas de los Andes, donde pasó de sembrar para subsistir a producir frutas, hortalizas, y criar animales que abastecen los mercados de una de las zonas más pobres y aisladas del , contó a Efe su presidente, Blasco Aguilar.

Los veintisiete campesinos de Lambrama vieron cómo el riego tecnificado aumentó sus ingresos, mejoró su alimentación, redujo la desnutrición, evitó la migración a zonas urbanas, y dio mejor educación a sus hijos, así como empleo a otros habitantes de la montañosa provincia de Acobamba, en la región Huancavelica.

“Solo con el regadío estamos cambiando nuestra vida”, dijo Aguilar, cuya comunidad se encuentra en una de las regiones que más sufrió los azotes de la cruda violencia del conflicto entre los subversivos de Sendero Luminoso y el Estado peruano, entre 1980 y 2000.

El cambio fue posible gracias a que ahora pueden regar sus campos durante todo el año, mientras que antes dependían únicamente de la lluvia, que cae entre los meses de diciembre y marzo, y solo podían hacer una precaria cosecha al año.

El regadío, consistente en mangueras y un reservorio de agua, fue implementado con materiales donados por la asociación civil Reto para el Desarrollo Sostenible (Redes) en colaboración con la ONG española Ayuda en Acción y la Fundación Microfinanzas BBVA.

El proyecto fue parte de la primera Alianza Público Privada para el Desarrollo (APPD) de la cooperación española, desarrollada de manera pionera en Acobamba, y en la que también participaron la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), Telefónica y Santillana, entre otros.

Nilver Aguilar, otro miembro de la comunidad de Lambrama, comentó a Efe que cada tres meses están produciendo más de siete toneladas de arvejas y que su deseo es buscar mercados en Lima y en otros países porque tienen excedentes de producción que no alcanzan a vender.

“Antes esta comunidad estaba abandonada. No teníamos nada y ahora nos faltan mercados donde llevar tantos cuyes, arvejas y cebollas”, contó Aguilar, cuya comunidad está a 3.000 metros sobre el nivel del mar, en un escenario de clima inclemente y recursos limitados, donde las heladas dan paso a un intenso calor en cuestión de pocas horas.

Los mayores ingresos también permitieron a los campesinos llevar a sus hijos a tener una formación superior en institutos de ciudades como Ayacucho y Huancayo, situadas a tres y cinco horas de ruta por carreteras que serpentean entre las cumbres y los profundos cañones de la cordillera andina.

“Yo mismo ni siquiera terminé secundaria por falta de recursos de mi familia, pero ahora nuestros hijos sí están avanzando y también aspiramos a que lleguen a la universidad en Lima”, añadió Aguilar.

Gracias a los cultivos de alfalfa ahora también pueden producir a gran escala cuyes, uno de los manjares de la gastronomía andina y muy preciado por los restaurantes de las ciudades más cercanas.

Aguilar tiene 500 hembras en su sencilla granja pero aspira a tener 5.000 “madres” para poder abastecer la gran demanda que existe de este roedor.

Paulina Aguirre, otra campesina de Lambrama, también cuenta con varios cuyes que alimenta diariamente con alfalfa y otros cereales para que engorden hasta tener un kilo de peso y así poder venderlos a 15 soles (unos 4,50 dólares), según indicó a Efe.

El progreso experimentado por los labriegos de Lambrama suscitó la atención de otras comunidades campesinas vecinas, que también comenzaron a instalar sus propios sistemas de riego, un fenómeno que de extenderse podría catapultar la prosperidad de una de las áreas más empobrecidas de Perú.

Fuente: EFE

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