El ingeniero francés, David Crespy, recorrió Machu Picchu de arriba para abajo. En una de esas caminatas se topó con una sólida muralla que, en su parte central, tenía una suerte de abertura. Él se contactó con los arqueólogos de la ciudadela, y estos le aseguraron que investigarían el asunto.

Fue entonces que leyó, en Le Figaro Magazine, un artículo de Thierry Jamin, arqueólogo francés obsesionado con el Paititi que realiza hace 15 años expediciones en el sureste peruano y en su afán ha descubierto 113 sitios nuevos, y le escribió un correo electrónico contándoles sus avatares y la idea de que Machu Picchu podía albergar un tesoro oculto.

Un poco escéptico, se dirigió a la ciudadela Inca, y tuvo la misma impresión que su compatriota.

Sin pérdida de tiempo, el Instituto Inkari del Cusco, del cual Thierry es presidente, arma un proyecto para realizar una resonancia electromagnética en el edificio que Crespy identificó en Machu Picchu, y lo presentan el 19 de diciembre de 2011 al Ministerio de Cultura. El 22 de marzo de 2012 este proyecto es aprobado.

Usando georadares que les permitían tener una visión en 3D y analizar el subsuelo hasta 20 metros de profundidad, pudieron determinar la existencia de una gran cámara funeraria, con una considerable cantidad de oro y plata, y toda una estructura subterránea que alberga una decena de cavidades que suponen la existencia de igual número de sepulturas, algunas de ellas muy pequeñas que pueden corresponder a niños.

También se ha certificado la existencia, detrás de la puerta de acceso, de una escalera forrada con una placa de oro, que conduce precisamente al recinto principal.

“El tiempo, la dedicación y el material utilizados en este edificio nos dicen que solamente pudo ser para una persona muy importante. No puede tratarse de un curaca o un sacerdote el que está enterrado allí, solo puede tratarse de la última morada de una panaca real, con muchas posibilidades de que sea la panaca de Pachacútec”, dice Thierry Jamin.

Fuente: Rumbosdelperu.com