Las extrañas circunstancias que rodean la muerte del mayor FAP Jorge Olivera Santa Cruz, los testimonios recogidos y la confiscación de un cargamento de contrabando son piezas de un rompecabezas que la Policía y el Poder Judicial suponen podría revelar la existencia de un grupo delictivo dentro de la Fuerza Aérea que estaría ingresando al país equipos electrónicos como si fueran material de guerra.

Olivera Santa Cruz era jefe del Servicio de Mantenimiento (SEMAN) en la Base Aérea Las Palmas, lugar adonde estaban destinadas las supuestas piezas para la reparación de aviones que estaban ingresando el pasado 30 de enero. Sin embargo, las autoridades descubrieron que lo que se intentó ingresar eran equipos electrónicos valorizados en más de 324 mil dólares.

Compañeros del oficial fallecido el pasado 23 de marzo a un costado del hangar 2 del recinto militar de Surco confirmaron que este había puesto al descubierto a los cabecillas de una organización delincuencial y que lo silenciaron para que no procediera a denunciar a los responsables. “Se presume que por esto lo mandaron asesinar”, dijo un oficial en actividad.

Fuentes de la Policía Fiscal revelaron que el técnico FAP Juan Canales y el empleado civil Javier Pérez están siendo investigados. Aseguran que ellos poseían una clave de acceso a la SUNAT que les permitía generar despachos de mercadería autorizada por la FAP.

Los involucrados en el contrabando incautado habrían burlado el control de dos civiles para retirar el cargamento.

El Quinto Juzgado Penal del Callao habría establecido que los empleados sí habrían sido sorprendidos y se sospecha, más bien, de un oficial de alto rango cuya identidad se mantiene en reserva.

El mismo día de la incautación, la doctora Julissa Montalvo Chávez, adjunta de la Primera Fiscalía Provincial Especializada contra Delitos Aduaneros y Propiedad Intelectual, alertó de la existencia de personal que, aprovechándose de los beneficios aduaneros con que cuenta la FAP, estaría haciendo pasar mercadería que luego era distribuida en galerías de Wilson.

Fuente: La República