Florindo Flores Hala nació en 1961 en Arequipa. Fue hijo de una familia campesina e iletrada de Camaná que vivió al servicio de un hacendado que los despidió por temor a la reforma agraria implantada en la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975).

“Con 16 o 17 años me presenté al servicio militar obligatorio. Estar (en el Batallón de Tanques 221 de Locumba en la ciudad de Tacna) fue una gran experiencia, que luego estudié y practiqué a plenitud porque intuitivamente sabía que iría a la guerra. Allí cumplí mi sueño”, dijo ‘Artemio’, según informó el diario ‘El Comercio’.

A los 20 años, Flores Hala intentó postular a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) y a la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). Pero fracasó en su intento por cursar estudios superiores. Esto no le importó mucho ya que empezó a frecuentar a un grupo de estudiantes que lo acercó al pensamiento senderista.

Y así, “mientras servía en calidad de reservista del Ejército las veces que era convocado y bajo el influjo de Sendero Luminoso en Lima, de los conflictos en Centroamérica y la guerra de las Malvinas, en los 80, busqué mi destino”, contó.

“Después de darle muchas vueltas al mismo tema – prosigue – mis compañeros y yo decidimos buscar a Sendero en el campo, en el monte, y viajamos al Alto Huallaga”. Cabe indicar que la sierra de Ayacucho, en ese entonces, se desangraba por la ofensiva subversiva y la violenta reacción del Ejército en 1983. De tal forma que Sendero había dispuesto la creación de un nuevo frente subversivo en el valle cocalero del río Huallaga. Hasta allí llegó Flores Hala.

Hoy se conoce que el joven Flores Hala se incorporó a este gremio, pero como un miembro más, en las manifestaciones ocurridas entre 1982 o 1983. “Yo participé –dijo – en dos marchas de sacrificio en contra de la erradicación de los cocales y fuimos reprimidos por la policía en Aucayacu. Allí se observaron, por primera vez, las banderas rojas con la hoz y el martillo de Sendero”.

En 1984, el último cabecilla subversivo comenzó a realizar trabajo político de campo en la zona y, después de los primeros atentados contra puestos policiales en el Huallaga ese año, logró contactar a los jefes de Sendero en el valle.

“Así me incorporé como voluntario y combatiente”. Desde entonces dejó en el olvido su verdadera identidad para adoptar el alias de ‘José’ [Flores Hala, como le gusta llamarse] o ‘Artemio’, apodo que se convirtió en sinónimo de crueldad y sangre en el Huallaga durante tres décadas y que ha perdurado hasta nuestros días.

Fuente: El diario ‘El Comercio’