Cuando Tania se enteró que su recién nacido “iba a tener problemas”, pues tenía síndrome de down, no supo qué hacer. No sabía que significaba esa palabra.

Ella creyó que era una enfermedad que con medicinas y tratamiento podría sanarse. No fue así. El médico que la ayudó a traer al mundo a su pequeño Edwin hace un poco más de 35 años, y la persona que le dijo esa frase que siempre recordará, no le había explicado lo que significaba esa condición, así que decidió callar.

Pasó un mes. Era hora de llevar al bebé Edwin a su primer control. Un poco temerosa y aún ignorando lo que realmente tenía su hijo, decidió contarle la verdad a su esposo.

“Fue muy difícil para mí aceptar eso, pero ya lo superé”, dice, aunque confiesa que tuvo que luchar arduamente contra la discriminación y la ineptitud de algunas personas, que como la directora de un centro educativo para niños con capacidades diferentes no apostaban por su hijo y ayudaban, quizá inconscientemente, a sumergirlo en su mundo.

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“La directora nos dijo que debíamos resignarnos, que nuestros hijos nunca iban a superarse, que deberíamos preocuparnos por nuestros otros hijos, esos que sí están sanos”, cuenta que le dijo aquella educadora.

Afortunadamente, ella no hizo caso a esas palabras y ahora Edwin es un hombre hecho. Él trabaja como mesero, ama las artes escénicas (ese amor lo ha llevado, siempre en compañía de Tania, a diferentes países) y disfruta intensamente cada minuto en su taller de teatro.

Al igual que Tania, Julia ha tenido que luchar contra la ignorancia de algunas personas que ven diferente a su hija Maribel y la discriminan por tener el físico de una adolescente de 17 años y pensar como una niña de 8.

“Cuando me enteré que tenía retardo mental leve me sentí preocupada. No quería dejarla sola, no la dejaba ni ir al mercado porque siempre la ofendían, la insultaban”, dice, reconociendo que el apoyo de su familia y de los psicólogos de la Casa Amiga, programa de la Municipalidad de Carabayllo, supo salir adelante.

“A todas las madres que tienen hijos con habilidades diferentes, yo les diría que los quieran, que los apoyen y no los traten diferente. Ellos pueden hacer las cosas igual que cualquiera”, aconseja a todas las madres.

A pesar que sus historias son distintas, Tania y Julia tienen el mismo deseo: “que sus hijos sean felices y no caigan en las manos de la discriminación y de personas ignorantes”.

Por: Ana Lázaro (@rlazdu)