En esta octava entrega, Eva Bracamonte hace referencia a Lisbeth Salander, por un claro ejemplo de la desazón que siente ante un presente y un futuro que no eligió y que le fue impuesto por una cadena de eventos que apuntaron en su contra.

“La ambulancia se movía mucho, y era muy difícil agarrarnos de algo estando esposadas, así que solo rebotábamos contra las paredes de lata según el movimiento del carro. A Lily le dieron ganas de vomitar pero se aguantó.

Escuchábamos la sirena de la ambulancia y otros ruidos de la calle, esta vez teniendo muy claro que ya no era solo una línea lo que nos separaba del resto de carros. El sufrimiento hacía que solo esperáramos llegar pronto, Lily para no vomitar y yo porque no podía más del cansancio y me estaba quedando sin fuerzas.

Mucho rato después, llegamos aquí. Lo primero que escuché aparte de los gritos de la gente y los golpes a la camioneta mientras entrábamos al penal, fue el ruido de una tele a lo lejos: “…en este momento Eva Bracamonte y Liliana Castro están ingresando al penal de Santa Monica…” (corrección: este es el penal Anexo Chorrillos 2).

Yo aún tenía puesta la misma ropa que me puse una mañana antes para ir a la universidad y lo único que quería era bañarme y dormir.

Nos condujeron a nuestras celdas en prevención y conocimos a Pilar, una española que hacía los mejores cafés del mundo. Nos tomamos un café en su mesita de plástico y al instante me quedé dormida profundamente, pero al día siguiente todos los medios hablaban de una supuesta crisis en la que había entrado al llegar a mi celda en prevención.

A veces no puedo ni quiero escribir sobre mí. Plasmar continuaciones y continuaciones de una historia que es la mía, pero en realidad no es mía –porque ni tengo voz ni tengo voto en nada de lo que me pasa– a veces no tiene ningún sentido y me parece que es pretender ponerle mi sello a hechos de los cuales no soy responsable sino tan testigo como tú, pero de los cuales por cosas de “la vida”, “el destino” u otros cielos también soy protagonista”, contó en su relato VIII, publicado en Caretas.

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