“Entramos a un lugar lleno de muebles apolillados y cerros de papeles que no dejaban caminar dos pasos en línea recta, esa oficina llena de polvo con pedazos de calendarios rotos en las paredes era la sucursal de justicia que nos había tocado.

Había un solo escritorio, así que mientras una señora mayor nos tomaba las “generales de ley” el juez esperaba parado. Y había una sola silla del otro lado, así que mientras Lily respondía las preguntas típicas (nombre, padres, edad, dirección, tatuajes, enfermedades, etc.) y se llenaba los dedos de tinta, yo esperaba parada. Y después al revés.

De puño y letra de la autora, el antes y después de un año en la cárcel.

Llegamos a la salida del Poder Judicial y alcancé a ver (gracias al desnivel que me colocaba a más altura que la calle) que afuera había cientos de personas, pero hasta ese momento no había entendido realmente lo conocidas que nos habíamos vuelto Lily y yo, así que tardé en entender que estaban ahí para ver cómo nos llevaban a la cárcel o para despedirse y darnos fuerzas o para gritarnos asesinas.

Cuando abrieron las puertas de vidrio, un bramido de voces y gritos lo inundó todo. El ruido era ensordecedor, no lograba entender nada de lo que decía la gente, solo llegaba hasta mí el rugido feroz de los que estaban afuera.

La carceleta es un lugar subterráneo, cerrado, oscuro y feo. Ahí es normal ver las siguientes cosas: ratas, hombres sin ropa parados en fila siendo “bañados” con una manguera, hombres en fila enmarrocados unos a otros de pies y manos, chicas asustadas recién detenidas durmiendo en colchones asquerosos, cucarachas, miles de mensajes escritos en las paredes, presos reincidentes reencontrándose con sus amigos, etc.

Y se hacen las siguientes cosas: se va a donde un médico, doctor o doctora, que te hace desvestirte, te revisa y te pregunta las mismas cosas que ya te han preguntado en el PJ, y se va donde una persona, (siempre de mal humor) que te pregunta otras cosas que también te habían preguntado arriba y luego te hace poner más huellas que nunca en tu vida, huellas de cada dedo, de cuatro dedos, de palma, de dedos y palma, de ambas manos juntas.

En este mismo lugar es que te toman las famosísimas fotos, de frente y de perfil, con el cartelito y el número, y aunque suene ridículo, en ese momento algunos se sorprenden a sí mismos haciendo el ademán de “sonreír para la foto”.

Dejamos de mirar resignadas, agotadas y hartas, y he aquí una “curiosidad”: en ese momento, mientras esperábamos, Lily me preguntó: “tienes un colet?” y yo le dije: “sí, toma” y le di el que tenía en la muñeca. Al día siguiente salió esto: “Eva y Liliana intercambian alianzas y se juran amor eterno en la carceleta del Poder Judicial”. De esas “curiosidades” tengo demasiadas.

Bueno, pasamos la entrevista una por una. Consistía en responder preguntas de este tipo: “¿sabes por qué estás acá?” y “¿qué opinas de eso?”.

Mientras arrancábamos escuchábamos como la gente golpeaba la camioneta y nos asustábamos. También se escuchaban los gritos de cariño y de odio de la gente que estaba afuera. Lily y yo estábamos conmocionadas, nos mirábamos con los ojos desorbitados sin hablar. Hasta que arrancamos. (Escribe: Eva Bracamonte)”, en su septima entrega de relatos, publicado enla revista Caretas.

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