El 5 de marzo de 1990 se corrió la voz de que Benedicto Jiménez estaba reclutando agentes para un nuevo grupo operativo, el GEIN.

Según la revista ‘Caretas’, Bonilla se ofreció de voluntario. Lo mismo hizo el también alférez José Gil Becerra, quien provenía del Delta 4. El GEIN empezó a operar inicialmente con seis policías. Disponían de un coche destartalado y viejas radios walkie talkie. Cada efectivo recibía tres soles diarios para su comida. Algunos volvían a pie a sus casas.

A Bonilla y Gil se les encomendó el trabajo de campo: la observación, vigilancia y el seguimiento (Ovise). Se les empezó a llamar “marcadores” y les fueron asignados dos nombres en clave para evitar ser identificados. Bonilla sería ‘Helio’ y Gil, ‘Sorel’.

La casa de Surquillo

El 1 de junio de 1992, el GEIN irrumpió en una vivienda del llamado Grupo de Apoyo Partidario de Sendero Luminoso. Los ‘marcadores’ incautaron abundante documentación y, antes de marcharse, Bonilla volvió la mirada sobre un armario. Pegada al borde, cubierta por el polvo, descubrió una hoja con los teléfonos de mandos senderistas hasta entonces desconocidos.

Uno de ellos era Luis Alberto Arana Franco, el dueño de la academia César Vallejo, y a quien la propia Dincote había descartado como objetivo porque no cuadraba con el estereotipo del terrorista común. “Ese fue el principio del fin de Sendero Luminoso”, recuerda ahora Bonilla.

Arana fue detenido y reconoció que había visitado a Guzmán el 4 de abril de 1992 en algún lugar de Lima. Ese mismo día, contó, lo recogieron de una playa de estacionamiento ubicada al lado del Teatro Marsano y lo trasladaron a la casa de Guzmán en un auto Hyundai granate. Durante el trayecto estuvo con los ojos vendados.

Los sabuesos del GEIN ubicaron el Hyundai placa KQ-4805 y descubrieron que estaba a nombre del ingeniero Carlos Incháustegui.

Siguiendo esa pista se llegó a la casa de la calle Varsovia 459, urbanización Los Sauces, en Surquillo. En la primera planta del inmueble funcionaba una academia de danza dirigida por la bailarina de ballet Maritza Garrido Lecca, la pareja de Incháustegui.

En esa misma calle, en el No 500, vive el general PNP ® Cirilo Pacheco Medina. Los policías del GEIN le pidieron permiso para vigilar a sus vecinos desde su azotea. Pacheco aceptó de buena gana.

Jiménez encargó la vigilancia de la casa de Surquillo, a la que llamaron el ‘Castillo’, a Bonilla y Gil. Empezó entonces un minucioso e imaginativo ‘Ovise’ que incluyó a efectivos disfrazados de heladeros, basureros y a parejas de enamorados.

Desobediencia histórica

El propio Jiménez relató lo ocurrido en un artículo que escribió para la revista de ‘Caretas’ el 12 de septiembre de 1996.

“Entre el 1 y 2 de septiembre se observó ingresar al ‘Castillo’ a varias mujeres que luego se determina estaban ligadas al jet-set limeño. Eran bailarinas de danza moderna y amigas de la ‘Lola’ (Garrido Lecca). En algunas oportunidades ingresaban y salían mujeres con sus hijos. Me pregunté ¿podía estar viviendo ‘El Cachetón’ (Abimael Guzmán) en un lugar donde ingresaban mujeres con niños? Este detalle rompía la lógica y me hizo dudar. Estas dudas las comenté con mis dos delfines, los tenientes Bonilla y Gil. No lograron convencerme. Al final ordené que se retirara la vigilancia del ‘Castillo’”, escribió Benedicto Jiménez y prosiguió:

“A mediados de julio de 1992 el teniente Gil trató de convencerme para que se prosiga la vigilancia. Él azuzaba al teniente Bonilla para que lo ayude. Gil es un joven oficial contradictorio, inteligente, astuto, brillante y con actitud de “generalito”. Bonilla era serio, culto, estudioso y responsable.

Gil y Bonilla insistían todos los días para retomar la vigilancia del ‘Castillo’. Después me enteré que habían coordinado con un equipo de vigilancia a cargo del teniente Tiburcio “Calcio” para que permanezca en el servicio de observación fija en la casa de Surquillo, sin interrupción, evitando realizar seguimientos.

Al César lo que es del César. Un gran mérito para mis dos delfines que siempre se mostraron perseverantes y obstinados”.

“A Jiménez le decíamos por las noches que no habíamos conseguido nada durante las vigilancias”, contó Bonilla. “Falsificamos papeletas para justificar los gastos que suponía sostener la mentira. Y cuando se dio cuenta de que había sido un error restar importancia a la información sobre la casa de Surquillo, él dispuso retomar la vigilancia. Se llevó una gran sorpresa al saber que nunca se interrumpió. Entonces agarró, me abrazó y dijo: ‘¡Este es mi tigre!’”.

Pero aquella no fue la única vez que los tenientes desobedecieron a Jiménez. Los primeros días de septiembre, los ‘marcadores’ del GEIN vieron a un hombre de rasgos andinos llegar a la academia de baile.

Lo siguieron y descubrieron que se trataba de Zenón Vargas, ‘Zorro’, el coordinador de Sendero Luminoso. Jiménez ordenó vigilarlo, pero el teniente Gil, temiendo que éste se escape para siempre, convenció a Bonilla para echarle el guante.

Lo detuvieron cerca al paradero de la av. México en la Vía Expresa ante el estupor de los “marcadores” del GEIN que seguían al ‘Zorro’. Era la mañana del 12 de septiembre de 1992. Cuando Jiménez llamó por radio a Gil y le preguntó: “¿dónde está el ‘Zorro’, hijo?”, Gil le contestó, suelto de huesos: “Detenido, en el sótano de la ‘Fortaleza’ (la Dincote)”.

Jiménez montó en cólera. La inesperada detención del ‘Zorro’ ponía en riesgo la vigilancia encubierta en el Castillo. Intervenir la academia de baile no estaba en los planes de Jiménez, pero ahora no había otra alternativa. El operativo se debía ejecutar esa misma noche.

A las 8 y 45 p.m., los tenientes Bonilla y Gil se encontraban junto a otros agentes en las oficinas del GEIN cuando se encendieron las radios portátiles y el grito del entonces mayor Luis Valencia Hirano cambió para siempre sus vidas: “¡El Cachetón ha caído!”.