Los altos muros con alambres de púas, las torres de vigilancia y los guardiacárceles rodeando el penal la hacen parecer una prisión de máxima seguridad. Pero no podría estar más lejos de eso.
En su interior, San Antonio es una fiesta permanente para los internos, que se autogobiernan. Las mismas bandas criminales que por sus delitos son enviadas allí, controlan su funcionamiento una vez que ingresan.
Las innumerables actividades recreativas que se realizan la convierten en un verdadero resort. Por ejemplo, el pasado jueves 28 de marzo se realizó una fiesta con strippers para celebrar la inauguración de la discoteca.
Además, el consumo de drogas está autorizad*o, así que los reclusos caminan los pasillos y patios consumiendo marihuana, crack, cocaína y todo tipo de *substancias prohibidas extra muros.
Pero San Antonio no fue siempre así. Todo cambió cuando arribó el mafioso Teófilo Rodríguez, conocido como ’El Conejo’, que actúa como el jefe de todo el penal. Su control sobre la cárcel es absoluto.
Las paredes del penal están pintadas con su símbolo, un conejo muy similar al de Playboy. Pero no sólo eso: hasta los reclusos tienen que tatuarse en el cuello el dibujo que los identifica como parte de su propiedad.
Rodríguez era un poderoso narcotraficante cuando fue apresado. Y siguió siéndolo desde su interior, ya que la prisión se convirtió en un estratégico centro de operaciones para la venta de drogas a Estados Unidos y América Latina.
En una entrevista concedida a The New York Times, ‘El Conejo’ dice que su proyecto consistió en “humanizar la cárcel” y que pretende exportar el modelo hacia otros centros venezolanos.