El 6 de mayo, recibió un espeluznante llamado, peritos de , le informaron que habían encontrado el cadáver de su hijo Frank, un enfermo mental de 56 años, abandonado en la parte trasera de una tienda. El octogenario de inmediato fue a identificar el cuerpo pero no le permitieron verlo. Ya se habían hecho los estudios de ley y no había duda. Al padre solo le quedaba la resignación.

Así fue que un día después, Frank Kerrigan organizó el funeral. Gastó más de 20 mil dólares y mandó a llamar a todos sus familiares. Gente de Las Vegas, Washington y hasta Texas llegaron para dar el último adiós a Frank, quien desde hacía años estaba viviendo en la calle, pero siempre contaba con el apoyo de su familia.

En el entierro, los encargados de dar el último discurso fueron sus dos hermanos.

“Pensamos que estábamos sepultando a nuestro hermano”, dijo Meikle. “Alguien más tuvo una hermosa despedida; es horroroso”.

Once días después del entierro, Frank estaba en su jardín cuando sonó su teléfono. Al contestar casi muere de un infarto.* “Papá soy yo. Estoy vivo”, decía una voz. Esa voz era de *Frank Junior y él no lo podía creer.

La historia de esta familia llegó a los medios de comunicación, que informaron que hubo un error en el trabajo de los forenses. Al parecer no se tomaron las huellas dactilares del cuerpo hallado y se tomó como referencia la licencia de conducir que llevaba en uno de sus bolsillos, el cual pertenecía a Frank Junior.

Ahora, padre e hijo anunciaron que denunciarán a los peritos de California y pedirán una millonaria indemnización por el dolor provocado.

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