Era 1958, el mundo se enfrentaba a un nuevo orden en plena postguerra, donde el comunismo se afianzaba, la división en la iglesia se agudizaba y crecían las voces que pedían su renovación y actualización, ya desde entonces.

En ese contexto debatían los cardenales electores bajo los frescos de Miguel Ángel: un papa conservador o un papa renovador, ese era su dilema, como lo es cada cónclave.

El elegido era el cardenal italiano Angelo Giuseppe Roncalli, patriarca de Venecia, de 76 años, cuarto de 14 hijos de una familia muy pobre de la región de Lombardía.

Juan XXIII fue un papa innovador. Fue el primer pontífice desde 1870 que como obispo de Roma visitó las parroquias de su Diócesis; visitó a los niños enfermos en los hospitales, a los presos en las cárceles. Acabó con la vida de lujos y altos sueldos de algunos obispos y cardenales, lo que lo enfrentó con la curia, y mejoró las condiciones laborales de los trabajadores del Vaticano.

El papa Juan XXIII recibió en audiencia a la hija y al yerno del líder soviético Nikita Krushov, quienes le llevaron la felicitación personal de Krushov con motivo de sus 80 años.

Eran los años del comunismo, de la Iglesia del silencio, de la Iglesia Católica perseguida en los países del este de Europa.

En 1962 fue mediador entre Kennedy y Krushov en la crisis de los misiles que estuvo a punto de desencadenar la Tercera Guerra Mundial. De hecho una de las ocho encíclicas que escribió Juan XXIII, llamada Paz en la Tierra, fue elaborada después de esos 13 días que estremecieron al mundo.