“Si no hubiera sido por ese barco, todos nos habríamos ahogado porque ninguno de nosotros sabía nadar”, cuenta la empresaria local Fauziah Basyariah a la BBC Mundo.

Basyariah llora cuando recuerda ese día: “No mucho tiempo después del terremoto, la gente empezó a gritar que el agua del mar se avecinaba. Estábamos confundidos, pero luego vimos que el agua brotaba”.

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Su marido se había ido de compras en la moto, así que tomó a sus cinco hijos y comenzó a correr. No podían correr más rápido que el agua que avanzaba con velocidad, por lo que comenzó a buscar refugio en las alturas.

El terremoto había destruido una gran cantidad de edificios en su calle, pero se encontraron con una casa que estaba todavía en pie y los seis corrieron dentro y llegaron a la segunda planta.

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Pero pronto se dieron cuenta que no era lo suficientemente alta. “Pasó menos de un minuto antes de que nos alcanzara el agua”, recuerda Basyariah. “La primera ola era muy negra, no sabíamos si era gasolina o agua”, agregó.

Luego llegó una segunda ola, aún más grande. Para entonces la familia estaba atrapada. “Flotábamos con la frente tocando el techo, el agua nos llegaba al cuello. Pensé que nos íbamos a ahogar”, indicó.

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A través de la ventana vieron algo extraño: un gran barco de pesca venía hacia ellos. “La gente gritaba, pero luego se quedó atorado en la parte superior de la casa y se detuvo”, relató. Su hijo de 14 años logró hacer un pequeño agujero en el techo y salió. Sacó a su familia, uno a uno, y todos se subieron al barco. Otras personas se sumaron.

“Cuando llegué al barco, sólo recé y recé”, señala Basyariah. “Dimos gracias a Dios que el barco nos había salvado, pero incluso el barco no era tan estable porque estaba lleno de agua”.

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Observaban impotentes cómo colapsaban todos los edificios a su alrededor con la gente todavía en el interior. “No había nada que pudiéramos hacer”, explica enjugándose una lágrima.

Cuando las aguas retrocedieron, Basyariah y sus hijos se fueron a vivir a Beurawe pero volvían a Lampulo a buscar a sus seres queridos desaparecidos. “No sabía dónde estaba mi marido. Ni mis padres, habían corrido, pero eran ancianos y sabía que les iba a resultar difícil escapar”, señaló. Ella nunca los encontró.